Millones de mujeres han salido a la calle en los últimos meses. En algunos países de América Latina, respondiendo al llamamiento de Argentina, por el asesinato brutal de una joven de 16 años. En México por varios asesinatos de mujeres trans. En Polonia, por la ley que pretendía prohibir el derecho a decidir sobre el cuerpo y la maternidad de las mujeres. Aquí no hace tanto que nosotras logramos frenar la reforma de Gallardón, obligándole a dimitir. Las movilizaciones responden a una ofensiva machista que hunde sus raíces en la crisis estructural del capitalismo, aunque a veces no sea fácil ver la relación.

En el Estado Español, el movimiento feminista tiene sus propios ritmos, escapándose de la dinámica general del ciclo electoral y bajada de las movilizaciones, como demostró el 7N, incorporando a la movilización a muchas jóvenes, que no se creen el cuento de la igualdad conseguida, tan vendida por el PSOE, al vivir situaciones de desigualdad y de violencia machista a diario. Esas violencias y desigualdades que, como mujeres venimos arrastrando, en un momento de crisis se agudizan, ante la necesidad del sistema de mantener el orden. Cuando la estabilidad del sistema se tambalea, es necesario apretar las tuercas y que nada se mueva, acudiendo al “volver a lo que fuimos”, apelando a valores “tradicionales”. Declaraciones que en otro momento eran vistas como de otra época, ahora empiezan a ser escuchadas de nuevo, teniendo mayor resonancia (por ejemplo aquellos que ven un problema en que la mujer trabaje fuera de casa y saben que el desempleo presiona y divide o los que ven en la igualdad de género una amenaza a sus privilegios agarrándose a argumentos como las denuncias falsas o la puesta en cuestión del testimonio de quienes han sido violadas o agredidas). Todas esas declaraciones no se realizan en un contexto neutral sino en un contexto determinado.

Vivimos un retroceso de derechos sociales que es aún mayor en aquellas cuestiones en las que tanto quedaba por hacer. Sabemos que los derechos no van avanzando poco a poco, que depende de lo que las calles pidan, de lo que la auto-organización popular sea capaz de arrancar, en un pulso constante entre los de arriba y las de abajo. Un pulso en el que estamos perdiendo pero al que podemos dar la vuelta.

Ese desmantelamiento de las conquistas arrancadas por el movimiento obrero y los movimientos sociales, es la salida del capitalismo a la crisis estructural que vive. El sistema persiste en su receta neoliberal, privatizando, mercantilizando y precarizando nuestros derechos, nuestros cuerpos y  nuestras vidas.

La lucha contra el neoliberalismo, por los servicios públicos, por el derecho a la educación, a la sanidad, a un trabajo digno, a una vivienda, al agua y al patrimonio natural, es también una lucha feminista. Necesitamos una sanidad pública para que todas podamos abortar, si así lo decidimos, de forma libre, segura y gratuita. Las de arriba pueden “ir a Londres a abortar”, pueden contratar los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades. Las de abajo necesitamos cambios que permitan que todas las personas tengamos los mismos derechos y acceso a ellos. Necesitamos servicios públicos que puedan hacerse cargo del cuidado de la infancia, de las personas mayores, de las personas dependientes, y a la vez, encontrar un reparto de los cuidados para que los derechos de unos no sean a costa de que otras sacrifiquen su tiempo y sus vidas, para que los cuidados sean el centro de nuestras vidas; necesitamos una reforma laboral que vaya en sentido contrario a las anteriores, que no nos condene a la precariedad; y necesitamos una ley que dé respuestas reales a las violencias machistas existentes, incluyendo la visibilización de aquellas que no son visibles, que son más sutiles.

En nuestros corazones hay otra salida y otro mundo posible. Un mundo donde tengamos cabida quienes escapamos de la norma, quienes no encajamos en su moral y que cuestionamos su orden patriarcal. Donde tengan cabida personas que no encajan en sus etiquetas. La diversidad es incompatible con un sistema empeñado en negar la posibilidad de la existencia de otras identidades, otros cuerpos y otras formas de vivir y experimentar la sexualidad y el género. En el mundo al que aspiramos la diversidad es razón sine qua non para una democracia real, inclusiva, igualitaria y justa.

El feminismo no es sólo una lucha más que sumar, es un pilar central de la sociedad que aspiramos a construir. Lo es como herramienta de auto-organización, de empoderamiento, de elaboración política, para las mujeres que encontramos en el movimiento feminista un espacio desde el que ser protagonistas de nuestra lucha. Y lo es como movimiento que pone patas arriba el sistema, al poner en cuestión cuál debe ser la lógica que mueva el mundo. El feminismo trata de visibilizar lo invisible, de dar voz a quien no la tiene y de politizar lo cotidiano.

No merece la pena una revolución que no ponga en el centro el bienestar de las personas, los cuidados, frente a un sistema gobernado por la lógica de la acumulación de beneficios a partir de la explotación, de la competencia y de convertir todo lo que toca en mercancía. Nuestros cuerpos y nuestros derechos no se venden.

Para conseguir esa idea radical de que las mujeres seamos personas, tendremos que poner en cuestión el sistema, yendo a la raíz, a la alianza entre el capital y el patriarcado, poniendo delante nuestras vidas frente a sus beneficios. Reconociendo y visibilizando las tareas de cuidados que venimos realizando tradicionalmente las mujeres, insertándolas en el centro del sistema económico, social y político, colocando en el centro nuestras necesidades y nuestra felicidad, para vivir una vida que merezca la pena, libre de violencias y de desigualdades, tejiendo alianzas con quienes compartimos luchas, deseos y sueños. No hay democracia real sin igualdad y para conseguirla sabemos que es necesario que desbordemos las instituciones existentes, para crear otras a la medida de la mayoría. Y sabemos que desbordarlas sólo será posible desde la movilización, visibilizando, organizando y llenando las calles. Si nosotras paramos, se para el mundo.

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