Lucía Sbriller | El 8 de marzo, las mujeres de todo el mundo protagonizaron un hecho histórico: El Paro Internacional. Argentina fue uno de los 55 países en los que mujeres, lesbianas y trans, se auto-convocaron problematizando las jerarquizaciones y discriminaciones existentes entre los cuerpos sexuados. El paro de mujeres no es en Argentina un grito aislado, se da después de 31 años de encuentros nacionales de mujeres en distintas ciudades del país que han ido creciendo en participación; el último año convocó cerca de 100.000 mujeres. Se da, también, después del histórico paro convocado en octubre del año pasado, ante una escalada de feminicidios.

“Si nuestras vidas no valen produzcan sin nosotras” decía una de las consignas que logró sintetizar de manera admirable muchos aspectos: la violencia machista de la que somos sobrevivientes que en Argentina se cuenta un feminicidio cada 18 horas, pero también las violencias en todas sus facetas; y la falta de valorización de  la mujer como trabajadora, como productora con salarios menores a los de los hombres, con menos posibilidades de acceso a cargos de responsabilidad y especialmente con muchísimas horas de trabajo no pagadas en tareas domésticas y de cuidado.

Por ello, este 8 de marzo las mujeres argentinas buscaron interpelar de forma unitaria a las centrales sindicales para que llamasen a un paro ese día. El que era el primer paro frente al gobierno de derecha de Mauricio Macri, quien viene siendo acompañado sin mayores reclamos desde las burocracias sindicales. Las centrales no estuvieron a la altura de las circunstancias, lo llamaron “jornada de lucha” y se adhirieron mediante sus comisiones de género, muy por detrás de lo que les estaba exigiendo el movimiento organizado. A raíz de esto el paro se dio de manera desigual en los diferentes sectores laborales. Las mujeres no asistían, si no podían ausentarse tomaban menos tareas, o bien conversaban entre ellas respecto de estas problemáticas. Aún así, alrededor de 80.000 mujeres se movilizaron en la Capital Federal. Sin duda este número no nos permite dimensionar la magnitud del paro a lo largo y a lo ancho del país, marchas masivas de miles o de cientos de miles en todas las ciudades importantes dieron una idea de la envergadura y la potencia que va adquiriendo este movimiento.

Los medios de comunicación se hicieron poco eco de lo sucedido, las movilizaciones no fueron tapa de los grandes diarios, esto hace muy difícil recuperar la cantidad de personas movilizadas a nivel nacional y más aún las repercusiones en términos productivos. Los medios masivos, tal como sucedió en el resto del mundo, prefirieron seguir invisibilizando a las mujeres, restarle importancia a una de las coordinaciones internacionales más compleja e interesante de los últimos años. Millones de mujeres organizándose con consignas comunes a todas y con reivindicaciones particulares en cada país parecen no ser noticia. Queda nuevamente la tarea del movimiento feminista de contar su propia historia.

Y es que, además del poderoso e invisible trabajo de las mujeres argentinas para organizarse, también lo está haciendo la reacción. La iglesia católica recobra fuerzas y se reorganiza para seguir decidiendo sobre nuestros cuerpos. La policía, quien había reprimido las dos últimas movilizaciones de los encuentros nacionales de mujeres, volvió a reprimir al finalizar la manifestación del 8M dejando un saldo de 20 compañeras detenidas y posteriormente procesadas. Estas represiones sin dudas no serán la última palabra, en el país que tuvo la iniciativa de impulsar esta movilización histórica donde mujeres, lesbianas y trans, se encuentran de a cientos, de a miles, gritando “si nos tocan a una respondemos todas”. El paro internacional de mujeres fue en Argentina un grito de rebeldía que tiene una historia, pero también un futuro que todavía está por escribirse.

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