Manel Barriere | La clave está en encontrar trabajadores que trabajen más por menos, dice el hijo. No será difícil, tal y como están las fronteras, responde la madre. Una familia propietaria de una granja de tomates en Carolina del Norte dirime sus conflictos en la mesa, el gran escenario de la vida burguesa, según John Berger. Poco antes hemos visto cómo un distribuidor les obligaba a rebajar los precios de sus productos, impulsado este, a su vez, por las fluctuaciones del mercado y por la competencia feroz de otros productores. Luego la madre informa a los gerentes y estos a los capataces, antiguos trabajadores ascendidos, sobre quienes recae el peso de todo el entramado. Los capataces contratan a bulto entre inmigrantes ilegales, les hacinan en caravanas insalubres fuera de los límites de la propiedad, para evitar responsabilidades cuando estas se incendian calcinando a sus ocupantes, presionan, amedrentan, violan, golpean, y lanzan los cadáveres al río cuando se exceden en sus castigos.

Parece sin duda la descripción de una pesadilla totalitaria, pero se trata de la verdadera cara del sueño americano, un sueño convertido en un crimen que se perpetra en todos los estratos de la américa contemporánea, la tierra de la libertad. John Ridley, conocido por su Oscar como guionista de 12 años de esclavitud y autor de AMERICAN CRIME, cuenta que si la mayoría de series televisivas abordan el crimen desde la perspectiva de la investigación policial, él quiso centrarse en las vidas de las personas involucradas, todas esas personas de carne y hueso, víctimas, sospechosos, testigos y familiares, que normalmente aparecen cuando son interrogadas por los protagonistas, miembros de algún cuerpo de seguridad del estado. Con esta premisa elabora un entramado de personajes diversos interrelacionados a través de un acontecimiento traumático, que dinamita la normalidad cotidiana y les empuja a la arena del conflicto social.

Porque AMERICAN CRIME es una ficción sociológica (en el mismo sentido en el que podríamos decir que THE WIRE es ficción periodística), que relata, y delata, la sociedad americana, atravesada en todas direcciones por relaciones de clase, de género, y de raza, que son por encima de todo relaciones de poder. El sueño americano realmente existente, aquí y ahora. También es una serie atípica en lo formal, con una planificación sobria, natural y a la vez precisa, un montaje abrupto, que altera el tiempo en una misma secuencia para arrastrarnos al interior de la tensión que está viviendo el personaje, y una banda sonora cuya desnudez rebaja el tono emocional para dar una mayor sensación de realidad. Una realidad cruda, pero a la vez muy humana, como la sociedad misma.

La sociedad la componen seres humanos, los crímenes los cometen seres humanos y los sufren seres humanos. Así, en las tres temporadas de la serie, cada una de ellas una historia cerrada diferente, entenderemos el miedo, las motivaciones, los prejuicios, la angustia, todas las emociones y sentimientos que empujan a los personajes a actuar tal y como lo hacen, no solo por quienes son, también por lo que son y por lo que representan en el corpus social. Entendemos el miedo y la angustia del empresario, que cierra sus fábricas para deslocalizar parte de la producción siguiendo la lógica del mercado. Entendemos el miedo y la angustia del padre que cruza ilegalmente la frontera buscando a su hijo, trabajador de esa granja también atenazada por los vaivenes del mismo mercado. La diferencia es que el hijo del primero vive entre algodones en una gran casa, con una niñera haitiana que le enseña francés y una madre ociosa que hace suculentos donativos a una ONG, mientras que el hijo del segundo acaba flotando en el río después de haberse enfrentado a uno de los capataces.

Esta tercera temporada presenta una diferencia esencial respecto a las otras dos. Aquí no hay un único crimen a partir del cual se articula el relato. El crimen se extiende, se filtra, impregna la vida de todos los personajes, se convierte en la razón de ser de un sistema basado en la explotación. Sexual, laboral, económica. La esclavitud moderna. La violencia, directa o estructural, emerge entonces como catalizador, acción cotidiana con la que te puedes imponer, puedes prosperar, o puedes simplemente mantenerte al margen mientras otros hacen el trabajo sucio. Siempre y cuando, claro, no seas la víctima. Lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal y que tal vez podríamos llamar CAPITALISMO.

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