Redacción Poder Popular | Hoy 28 de abril, todas las centrales sindicales brasileñas junto a movimientos sociales y organizaciones de izquierda, llaman a la huelga general en todo el país. Ésta tendrá lugar en un contexto de repunte de las movilizaciones desde el mes de marzo, y será la primera en la era del gobierno Temer.

 

Brasil atraviesa una situación de crisis económica a la que se le suman unos niveles récord de paro. En consonancia con el vuelco neoliberal en parte del subcontinente, el gobierno de Temer, que ya ha aprobado una enmienda constitucional limitando el gasto pública, intenta ahora introducir todo un paquete de medidas regresivas que, si llegan a implantarse, supondrán un fuerte retroceso en las condiciones laborales de la la clase trabajadora brasileña. Las medidas estrella del paquete son tres:

  1.  Reforma laboral regresiva, que permite la negociación directa entre patrones y empleados por encima de los convenios colectivos.
  2. Una modificación del sistema de pensiones, que amplía el tiempo de años de cotización necesarios para percibir pensiones hasta los 50 años en algunos casos.
  3. La eliminación de todas las restricciones para la tercerización en las empresas, permitiendo que todas las actividades de una empresa la lleven a cabo subcontratas eludiendo cualquier necesidad de pagar cargas sociales.

 

Con estos ataques a la clase trabajadora, el gobierno Temer deja cada vez más patente su sesgo de clase. Un gobierno golpista, acorralado por los múltiples escándalos de corrupción que han afectado a miembros del ejecutivo, y que por desgracia se han convertido en una constante en la clase política brasileña, afectando también a la izquierda. Recordemos que el golpe blando de Temer fue posible en parte por la bajada de popularidad del gobierno petista, un gobierno que tras varios años en el poder, fue incapaz de acometer transformaciones estructurales y de escapar las lógicas sistémicas. Quizás sea la trágica (con fuertes cargas de farsa) evolución del personaje de Lula donde se evidencie más el fracaso del modelo desarrollista: de dirigente sindical a verse envuelto en tramas de corrupción y compadreo con figuras insignes de la lumpenburguesía brasileña.

 

Con el telón de fondo de agotamiento de los gobiernos progresistas latinoamericanos, una izquierda brasileña que ha sacado lecciones de los límites del petismo y de las estrategias de medias tintas de los gobiernos del subcontinente, tiene una oportunidad para plantear una alternativa al neoliberalismo de Temer que no pase por una vuelta al encorsetamiento estatal del lulismo.

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