A la memoria de Heather Heyer

Isidro López| Uno de los peores efectos de la elección Trump-Clinton fue que las más básicas cuestiones de igualdad social, de género o racial quedaron bajo la tutela de «lo progre» frente a la embestida del populismo de derechas de Trump. Que en este punto no hacia sino capitalizar unas cuantas décadas de guerra cultural y de lo que Thomas Frank llamaba “lucha de clases distorsionada”. Ese juego de espejos en el que el malestar que genera el orden neoliberal se reordena en frentes culturales que juegan sobre las politicas de reconocimiento e identidad como algo desvinculado de las políticas de redistribución.

En un contexto asi, nada puede hacer menos por el igualitarismo, el feminismo y la superación de las diferencias de raza que tener por defensora a una marioneta de Wall Street como Hillary Clinton. Demasiado fácil para el discurso heredado de los neocon decir que todas estas posiciones políticas son para privilegiados urbanos con diplomas universitarios frente al sano espiritu del americano blanco empobrecido, descualificado y expulsado del mercado de trabajo.

Entiendase bien, este estrato blanco empobrecido, y su malestar, existen y fueron fundamentales en la victoria de Trump, no tanto cuantitativamente sino como por lo que supuso de voto cruzado en estados tradicionalmente ganados por los demócratas. Pero admitir esto es muy diferente a asumir que este estrato socioecónomico está organizado y tiene unas posturas políticas bien definidas. El uso del término “clase” en “clase obrera blanca” puede llevar a confusión en este sentido.

Las posiciones igualitaristas, insisto básicas, sólo se convierten en material para la guerra cultural cuando efectivamente estan subordinadas a la hegemonía «progre», ya sea con el Partido Democrata de los Clinton o con el PSOE de Zapatero. Y es soprendente, la cantidad de «izquierdistas», a ambos lados del océano, que han caido en la trampa de atacar estos valores básicos igualitarios con la excusa de atacar a lo progre y reivindicar una nueva izquierda capaz de disputarle a la reacción esa metáfora discursiva del nuevo poder post-centrista de nuestros dias llamada «clase obrera blanca».

Charlottesville ha demostrado algo que ya sabíamos y quizá habíamos olvidado, para romper con un planteamiento hegemónico no vale sólo el discurso, si nos quedamos en el marco del discurso nos veremos encerrados en el tipo de callejones sin salida a los que me refería en el párrafo anterior. Lo que rompe en dos la hegemonía «progre» es algo tan básico como la práctica material, como poner el cuerpo, sostener la mirada y mantener la posición en el espacio público para vencer al fascismo. Eso es lo que «los progres millonarios» de Wall Street y Silicon Valley, con sus toneladas de medios y gabinetes de comunicación a su servicio, nunca harán, tendrán dificultades para comprender y aún más dificultades para capitalizar políticamente.

Asi que, a pesar de nuestras reacciones justamente indignadas, cuando veamos que frente a algo como lo que sucedió en Charlottesville, la prensa progre global se pone en posiciones de equidistancia, sabremos que estamos recobrando el control de lo que es la médula de nuestro ser político, la demanda de igualdad económica y social, de género y de raza. Es decir, estaremos recobrando la lucha contra el fascismo como forma prioritaria de oposición a la dominación y la explotación.

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