Rok Brossa | Lo que acontece en el norte de Siria es un movimiento popular, organizado y armado; que lucha por existir y administrar un territorio contra las fuerzas que buscan ocuparlo. En base a la acción colectiva se está defendiendo un proceso revolucionario de gran tamaño, donde la gente se organiza bajo principios de democracia, pluralismo y liberación de la mujer.

En Rojava se vive en una sangrienta guerra que se combate a muchos niveles, donde no solo se lucha en el frente contra el Daesh o contra el ejército turco. Se lucha en las ciudades y en el campo, buscando construir un sistema económico que ponga freno al capitalismo que destruye la sociedad y la tierra que la sostiene. Se lucha en las familias y en las comunidades, buscando poner fin al sistema patriarcal que oprime a las mujeres, desafiando la gerontocracia que niega el potencial de la juventud, y construyendo una sociedad comunal y autoorganizada. Se lucha también en las instituciones, buscando construir un sistema democrático donde la gente pueda decidir sobre sus vidas y sobre la tierra que habita, consolidando consejos comunales donde la gente pueda solucionar los problemas a nivel colectivo. Se lucha también en las mentes una guerra ideológica, combatiendo la mentalidad individualista, liberal, capitalista y patriarcal en que los poderes hegemónicos sustentan su poder. Sobre todo, se lucha en las mentes. Y la forma de combatir es educación, convivencia, formación colectiva y popular, donde podamos aprender a discernir lo que de verdad necesitamos para vivir de lo que el sistema nos cuenta que necesitamos para sobrevivir.

En Rojava podemos aprender que la manera que tiene el poder de perpetuarse consiste en mantenernos aislados, enfrentados los unos contra los otros, para presentarse luego como el salvador que –usando los sistemas de monopolio y centralización llamados Estados– logra incidir en la sociedad, fingiendo solucionar problemas. Podemos aprender que las estadísticas que presentan cuando dicen que hemos salido de la crisis, no son más que números y gráficos que sustentan su historia, la historia del poder. Que así es como fingen que, gracias a sus intervenciones, la nación está a salvo, y que han logrado evitar el desastre que ellos mismos han provocado. Y podemos aprender que no solo han logrado perpetuar su sistema de explotación y pillaje, sino que han logrado reforzarlo y blindarlo todavía más. Quizás no hace falta ir a Rojava para aprender estas cosas, pero desde aquí se ve más claro que nunca que la solución a nuestros problemas no vendrá de su mano, ni de sus parlamentos, ni siquiera de los ayuntamientos que ahora se proclaman del cambio. La solución tiene que venir de la gente, porque solo el pueblo salva al pueblo.

Con eso no quiero decir que todo el esfuerzo invertido en penetrar en sus instituciones sea en vano. Las instituciones en sí mismas son herramientas que deben ser usadas de manera adecuada, pero no solo las instituciones del Estado. La PAH, por ejemplo, ha sido capaz de solucionar más problemas que el Ministerio de Vivienda. La forma adecuada de comprender y de usar las instituciones es cuando sirven para liberar a las personas oprimidas de sus opresores. Y sobre eso también podemos aprender en Rojava. Alcanzar las instituciones del Estado puede valer cuando detrás de la gente que ocupa esas instituciones hay una organización popular revolucionaria, dispuesta a obligar a dichas instituciones a hacer lo que es correcto y a remediar los problemas que han causado. De lo contrario, solo se convierten en herramientas de desmovilización, traicionando las esperanzas de la gente que había depositado su esperanza en discursos que se revelan vacíos, sembrando así discordia y desconfianza.

Colegio electoral en la ciudad de Qamishlo, durante las elecciones de las comunas locales. Septiembre de 2017.

 

Estado, colonialismo y revolución

Lo que acontece hoy en Rojava es el resultado de más cuatro décadas de experiencia y de organización revolucionaria. El modelo social que aquí se construye se debe a decenas de miles de personas, mujeres y hombres, armadas y entrenadas para defenderse, y que han sido capaces de hacer frente a las fuerzas opresoras que luchan por invadir sus hogares. La expulsión del Estado Islámico de sus tierras ha hecho caer las máscaras, y el ejercito turco ha optado por continuar su sangrienta guerra en Afrin, ésta vez con sus propios soldados. El Estado turco, como todos los Estados, necesita de la guerra para sobrevivir. La guerra es su razón de ser y su principio para prevalecer. Cuando el conflicto militar no es rentable, el Estado usará todo tipo de herramientas y estrategias para doblegar a su enemigo (la sociedad democrática), desde la guerra económica, mediática o ambiental. Pero, cuando con esas armas no logra sus objetivos, el ultimo recurso siempre va a ser el uso de la fuerza bruta, la ofensiva militar. Y eso es algo que debemos aprender de Rojava.

Los Estados occidentales no son muy distintos a los Estados de Oriente Medio, con la diferencia que quienes somos clasificados como sus ‘ciudadanos’ contamos con numerosas comodidades y privilegios. Esos privilegios sirven de colchón para demorar la resistencia, para prevenir un movimiento revolucionario que logre poner en entredicho su hegemonía. Y es importante recordar que esas comodidades y privilegios provienen en su mayor medida de la explotación y el expolio de lo que hemos clasificado como tercer mundo.

El Estado español es un viejo conocedor de la explotación colonial. Las brutales incursiones y conquistas en América Latina, iniciadas cinco siglos atrás, saqueando y aniquilando la población indígena, trajo grandes riquezas y ganancias al reino. Se consolidaron así monopolios que permitieron mantener cierta hegemonía frente al industrialismo capitalista que nacía en aquel entonces en Inglaterra. Este sistema de imperialismo colonial, del que el Estado español y el Estado portugués fueron pioneros, se extendió luego de la mano de otros Estados europeos por África, Asia y Oriente Medio. Y es precisamente ese modelo el que se combate ahora en Rojava, con la experiencia de más de cuatro décadas de movimiento revolucionario por la liberación de Kurdistán, y con la herencia de siglos de movimientos anticoloniales en el mundo entero.

Manifestación de mujeres en la ciudad de Dirbesiye, Agosto 2017.

 

Una lucha internacionalista

Desde el inicio de la revolución en 2012, Rojava se ha proclamado como una revolución internacionalista. Cientos de personas -en su mayoría occidentales, también hay que decirlo- han acudido a la llamada para defender la revolución, y decenas de ellas han caído mártires luchando contra quienes han tratado de aniquilarla. En Rojava podemos aprender a valorar el enorme sacrificio de quienes han dado su vida para defender la revolución, no solo la de Rojava, sino todos movimientos revolucionarios que han luchado por un mundo más justo y más humano.

La revolución que se vivió en España en 1936 es, a día de hoy, un importantísimo hito para el internacionalismo revolucionario. Decenas de miles de militantes socialistas de más de 50 países dejaron atrás sus hogares, haciendo frente común contra el fascismo que se alzó en armas, sabiendo que si éste no era detenido en España se extendería también en sus países. Más de un tercio de estas brigadas internacionales cayeron mártires en combate, y debemos honrar su memoria y su lucha junto con las y los militantes locales que, desde distintas organizaciones revolucionarias, se unieron en un frente popular para hacer frente a la barbarie del fascismo, vestido entonces de nacionalcatolicismo.

En Rojava, el fascismo se disfrazó de califato islámico, canalizando así el odio y la frustración acumulados tras años de injerencia imperialista. La brutal invasión de Irak en 2003, liderada por EE.UU. y con la total complicidad del Estado español, ha sido uno de los grandes causantes de terror y rencor, que ha permitido a la barbarie del Estado Islámico consolidarse fugazmente. Pero, a diferencia del 36, en Rojava el movimiento revolucionario ha sido capaz de doblegar al enemigo.

El fin de la guerra en el 39 fue el detonante de lo que fue la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler logró hacerse con el control del Estado alemán para expandir el terror por Europa. Hoy, Erdogan sigue sus pasos, y las brutales tensiones geoestratégicas acumuladas en Siria en estos más de 7 años de guerra pueden desatar una guerra de igual o mayor envergadura.

Funeral de Samuel Prada (alias Baran Galícia), internacionalista gallego asesinado por el ejército turco durante la invasión de Afrin. Marzo 2018.

¿Si no tú, quién? ¿Si no ahora, cuándo?

El fascismo avanza si no se le combate, y la invasión de Afrin ha sido el terrible recordatorio de que la paz alcanzada en Rojava, tras derrotar al Daesh, no significa nada mientras Erdogan siga al frente del Estado turco.

El alzamiento fascista que vivió España en 1936 fue respondido por un alzamiento revolucionario dispuesto a ponerle fin. Ante tal extrema situación, decenas de organizaciones socialistas -coordinadas por los esfuerzos de los congresos internacionales de trabajadores- hicieron un llamamiento global para poner fin al fascismo en España. Pero el fascismo también es capaz de internacionalizarse cuando lo necesita, y así como Italia y Alemania acudieron a la ayuda del General Franco, miles de yihadistas acudieron a la llamada del califa Al Bagdadi.

Ahora, el fascismo islámico en Rojava tiene una nueva bandera, y Erdogan ha renovado el pacto con las milicias herederas de Al Qaeda para ocupar Afrin. Hoy amenazan Manbij, y no se detendrán si no les hacemos frente. Las internacionales socialistas ya no son más que cenizas, de las que debemos resurgir cuál fénix para hacer frente a la barbarie. También las luchas anticoloniales y las resistencias antiimperialistas deben responder con fuerza ante esta brutal agresión contra territorio sirio por parte de Turquía, ejército clave de la sangrienta alianza militar que es la OTAN.

Rojava está preparada para recibir todo el apoyo que internacionalistas del mundo entero puedan ofrecer. Esta revolución puede ser la retaguardia que necesitamos, una retaguardia para movimientos revolucionarios de todo el mundo como lo fue Palestina. Para hacer frente al capitalismo global, debemos desarrollar un movimiento revolucionario global, capaz de enfrentar al enemigo allí donde ataque. Debemos hacer todo cuanto esté en nuestras manos para defender esta revolución; no permitamos que la solidaridad se quede solo en palabras. ¿Si no nosotras, quiénes? ¿si no aquí, dónde? ¿Si no ahora, cuándo?

¡Viva la solidaridad internacional!

Rok Brossa, Academia Internacionalista şehîd Hêlîn Quereçox.

 

Foto de portada: Miliciana sostiene una bandera de las YPJ en el monte de Qereçox, durante la ceremonia en recuerdo de los miembros de las YPG/YPJ que fueron asesinados por el bombardeo turco un año atras. Abril 2018.

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