Las mujeres que yo conozco
son seres hermosos que,
cuando el dolor las cubre de espinas,
atesoran lilas en sus mandiles desgastados.
De extremidades amplias para abrazar,
sus ojos soleados y apacibles
son como dos lagos inmensos de agua cristalina,
y unas manos para amasar el pan
y los besos.

A las mujeres que yo conozco
les robaron el chocolate caliente de los sábados.
Les negaron la entrada en el paraíso
y los amaneceres románticos en alguna playa de moda.
Ellas se levantan por la mañana
Y con sus pechos encienden el mundo.
Están por todas partes:
En las tiendas de ultramarinos,
En las paradas de los autobuses,
En las cocinas cloacas de algún bar de carretera,
En la sala de espera de cualquier hospital,
En el metro,
En sus casas cocinando las tristezas.

Las mujeres que yo conozco
regresaron de todas sus derrotas.
Se desangran cada día,
mueren despacio por la noche (sin hacer ruido);
resucitan cada mañana
y siempre
posponen su cita
con la vida.

(PURI TERUEL ROBLEDILLO)

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