Alejandro Cobos | Para la clase trabajadora de nuestro país la crisis de 2008 nunca terminó. Nos dijeron que era una crisis pasajera, que saldríamos de ella, que tendríamos que hacer esfuerzos como sociedad, pero que tendría sus resultados. Este esfuerzo acabó por convertirse en el día a día de la clase trabajadora (paro, precariedad, falta de expectativas…), poniendo de manifiesto que la verdadera crisis era la del capitalismo, una crisis estructural y permanente que siempre tiene la misma dinámica: el aumento de la desigualdad entre ricos y pobres.

A medida que esta situación se cronificaba, en todo el mundo (y especialmente en Europa) la ultraderecha populista aprovechaba el descontento general para engordar y alimentar los discursos de miedo y odio.

Esta estrategia no es nueva. Sobradamente conocemos la historia del nacimiento y el ascenso del fascismo europeo en el periodo de entreguerras. Tras la Gran Guerra (que ahora conocemos como Primera Guerra Mundial) Europa entró en una terrible recesión que derivó en una crisis social, política y económica, y que fue aprovechada por los movimientos fascistas y nacionalsocialistas para convencer a las masas y llegar al poder. En la República de Weimar, actual Alemania, Adolf Hitler utilizó eficazmente la propaganda para insuflar en la población el espíritu heroico y supremacista de una Alemania que resurgiría de las cenizas de la crisis y conquistaría el mundo. Tuvo éxito. Pocos años después, Alemania había conquistado media Europa y millones de judíos, gitanos y disidentes políticos serían asesinados en campos de concentración.

La receta era sencilla, pero muy poderosa: descontento social, precariedad económica y una imperiosa necesidad de esperanza. Todo ello dirigido estratégicamente hacia un enemigo común, un chivo expiatorio culpable de todos los males de la sociedad: el pueblo judío.

Pero volvamos a 2020. En estos días estamos sufriendo una de las mayores crisis de nuestro tiempo. Probablemente la situación de mayor incertidumbre de las últimas dos generaciones, al menos en Europa. La pandemia de coronavirus está poniendo en jaque a sistema capitalista occidental, y sacando a la luz la precariedad de nuestros estados a la hora de garantizar la seguridad de la población. El miedo a lo desconocido se abre paso anticipando una crisis económica y social que seguramente golpeará, una vez más, sobre las clases más precarizadas de nuestra sociedad.

En este clima de incertidumbre también están surgiendo mensajes de odio, culpabilizando a determinados colectivos, todos ellos barnizados con una buena capa de patriotismo excluyente. Algunos ejemplos fueron bastante tempranos, como el acoso a la comunidad china por parte de elementos racistas, llegando incluso a la agresión física. También hemos observado cómo desde la derecha y la ultraderecha se empeñan en señalar al movimiento feminista (y lo utilizan como arma arrojadiza contra el gobierno) como culpable de los contagios en Madrid por la celebración de la manifestación del 8M.

Le pregunta es evidente pero muy necesaria: ¿utilizará la ultraderecha española la situación de crisis derivada de esta pandemia para alimentar el odio a sus enemigos clásicos (los extranjeros, los “rojos”, las feministas…) fortaleciendo a su vez el sentimiento nacionalista?

No tenemos una respuesta, pero sí muchos interrogantes y algunas señales que deben ponernos en alerta. El aplauso diario de los balcones en reconocimiento al personal sanitario ha tardado poco en engalanarse con banderas e himnos de España, y ciertos tertulianos y columnistas de derechas ya han dirigido sus cañones cargados de mierda hacia lo que denominan un gobierno de “comunistas, inútiles y asesinos”. Hasta Pablo Iglesias ha tomado como suyo el discurso belicista, igual que aquellos que hinchan el pecho diciendo que estamos “en guerra” y que necesitamos héroes para salvar nuestra patria del terrible enemigo invisible.

¿Cuánto tardará en aparecer un culpable tangible contra el que descargar todo el odio y el heroicismo patrio? ¿Cuándo tendremos la primera noticia de que en tal hospital se atiende antes a los migrantes sin papeles que a los ancianos españoles? ¿Cuánto tardarán en pedir que quienes no hayan cotizado lo suficiente o quienes tengan antecedentes penales no puedan acceder a las ayudas, porque “no hay para todos”?

En épocas de precariedad, la derecha es experta en difundir el mensaje de que no hay recursos suficientes, y por tanto tenemos que hacer esfuerzos, recortar nuestras necesidades básicas o conformarnos con un bienestar a medias. Pero frecuentemente este mensaje se adultera con discursos racistas y de odio al diferente, introduciendo el factor de odio en los argumentos políticos para hacer frente a la crisis. “No cabemos todos”, “primero los de aquí”, “quienes no aporten no merecen ninguna ayuda”.

Es inevitable que una crisis como la actual, en nuestro sistema neoliberal, tenga graves repercusiones para la economía y el bienestar social. Pero como sociedad tenemos la ineludible tarea de elegir cómo queremos salir de esta situación. Y para ello deberíamos empezar por conocer en profundidad esos discursos de odio que lanza la ultraderecha aprovechando el miedo a lo desconocido. Conocerlos, y combatirlos desde la solidaridad y el apoyo mutuo, potentes antídotos frente al miedo, el racismo y los discursos de odio.

Surgen en todo el estado iniciativas vecinales para proteger a los más vulnerables, gestos de solidaridad internacionales como el envío de médicos desde Cuba a Italia o la llegada de material sanitario desde China, trabajadores comprometidos como los taxistas pakistanís de Barcelona que estos días hacen traslados gratuitos de personal sanitario, o grupos de apoyo mutuo que poco a poco van creciendo en todo el territorio.

La solidaridad de clase no puede, jamás, dejar fuera a quienes más sufren la opresión de este sistema capitalista y patriarcal: trabajadores domésticas, en su mayoría racializadas, que siguen cuidando y limpiando; mujeres víctimas de violencia de género que están confinadas junto a su maltratador; familias nómadas y personas sin hogar expuestas al riesgo de contagio y sin protección social; menores migrantes abandonados por las instituciones que viven en la calle; personas presas sin apenas atención médica; jóvenes encerrados en las cárceles de menores sin posibilidad de ver a sus familias y con una opacidad total de sus condiciones. Todas ellas también merecen nuestra preocupación y nuestra solidaridad en estos momentos difíciles.

Junto con esto debemos exigir a los gobiernos de diferente nivel que garanticen el bienestar de toda la población, sin exclusiones ni excusas de ningún tipo, y priorizando la atención a aquellas personas más vulnerables a las que el propio sistema capitalista ha arrastrado debajo de las ruedas de esta crisis. Debemos seguir peleando por una sanidad pública, universal y gratuita al 100%. Debemos exigir el cumplimiento de los Derechos Humanos para las personas presas, migrantes y abandonadas por el sistema. Debemos permanecer alerta ante los mensajes de odio y exclusión, y combatirlos con argumentos de solidaridad y justicia social, apuntando hacia los verdaderos responsables de la desigualdad estructural. Debemos ser contundentes frente a los nuevos fascismos que pueden surgir a la sombra del patriotismo y el nacionalismo excluyente que parece encajar tan bien en los momentos de crisis. Debemos formarnos, escuchar, reflexionar y actuar; sólo así conseguiremos que esta crisis se convierta en una oportunidad para darle la vuelta al sistema y convertir el miedo en solidaridad y apoyo mutuo.

Alejandro Cobos es psicólogo y militante de Anticapitalistas Extremadura.

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