Carlos Natera | A no ser que vivan en una cueva de las Alpujarras o se hayan caído a un pozo en las últimas semanas y sobrevivan ahí comiendo musgo y bebiendo de las aguas subterráneas, habrán oído seguro el otro estado de alarma al que estamos sometidas. En medio de una pandemia histórica parece que la máxima preocupación de la ciudadanía no es la falta de medios de protección para los sanitarios ni que aún no haya una vacuna disponible, sino que, ¡oh!, nos van a ocupar nuestros hogares. No sé si alguno de ustedes tenía esta preocupación en mente hasta hace unas semanas. Yo, personalmente, sufro más la cuestión de los precios del alquiler, las facturas de la luz o que toda mi generación está condenada al desempleo y la precariedad.

Pero de pronto toda la maquinaria mediática ha logrado su objetivo: inculcarnos en tan solo unos días, con unos pocos programas de Ana Rosa, absolutamente todos los informativos de televisión, boletines en las emisoras de radio y algunos bulos por redes sociales, la idea de que a cualquiera de nosotras pueden ocuparnos nuestra casa o el pisito de Benalmádena donde echamos el mes de agosto. Es la nueva alarma social; al parecer y según nos relata Mediaset, cientos de miles de personas pierden sus viviendas cada día. Menos mal que pequeñas empresas anti-okupas velan por nuestra seguridad por unos pocos euros, da igual que tengan esvásticas tatuadas en los tobillos o el icono de las SS en los dedos índice y corazón y unos antecedentes penales a un nivel de paramilitar medio. No importa que los datos digan lo contrario, ¿quién quiere datos pudiendo tener al Miguel Bosé de turno diciendo barbaridades por los grupos de whatsapp de la familia?

Pero, ¿qué dicen los datos? Pues que sólo hay 14.000 denuncias al año por usurpaciones, de las cuales la inmensa mayoría es sobre algunas de los 2’5 millones de casas que se encuentran vacías, pertenecientes a bancos, especuladores o multipropietarios con tantos inmuebles que no saben ni dónde tienen los cimientos. 14.000 denuncias sobre dos millones y medio de viviendas vacías. No es moco de pavo hacer hincapié en estas cifras.

Y, ¿qué pretenden con esto? Les hago otra pregunta, ¿no os parece sospechoso que en un momento de crisis económica incipiente salga precisamente este tema? Y, de nuevo, otra pregunta, ¿recuerdan qué ocurrió en la anterior crisis con la vivienda? Miles de personas fueron desahuciadas por una crisis de la que no eran responsables y un fuerte movimiento ciudadano –Stop Desahucios y la PAH– se organizó para frenar este ataque al derecho fundamental a tener un techo sobre la cabeza. El movimiento tuvo un gran respaldo de la población, y eso que protegían a quienes no pagaban o pegaban una patada en la puerta del pisito de algún banco para meter la ropa, a los suegros y a los niños. Qué menos. Incluso revistas de corazón como el Pronto regalaron pegatinas de Stop Desahucios. ¿Se les ocurre algún otro ejemplo mejor que este de un movimiento social cambiando el sentido común general para convencernos felizmente a todas de que el derecho a una vivienda es innegociable?

Ahora se están anticipando. Si nos inoculan el virus del pensamiento del propietario, nos convencerán de que esto nos puede pasar a nosotras (aunque las ocupaciones a primeras y segundas propiedades son irrisorias en los datos y legalmente están muy protegidas por ser la morada habitual) y de que nadie se solidarice dentro de poco (de muy poco, por desgracia) con quien no pueda pagar su hipoteca o alquiler por padecer los peores estragos sociales y económicos del covid_19. Mientras tanto, empresas de seguridad se ponen las botas con mensajes infames y alarmantes en radio y televisión, promoviendo el miedo irracional y jugando con los sentimientos más básicos de las personas.

Ante esto, ¿qué podemos hacer? Cruzar los brazos no es una opción. Hay que discutir en nuestro entorno estas ideas vacías de realidad que sólo promueven el miedo y la desconfianza. No, no nos van a ocupar la casa. Ni a ustedes ni a mí. Y sí, es más probable que nos desahucien a que nos ocupen, aunque lo primero no nos preocupa por ahora. Las viviendas donde reproducimos la vida están lo suficientemente protegidas por la ley. Quienes tienen fondos con cientos de casas vacías o son multipropietarios de veinte áticos en el centro de Sevilla nos quieren convencer de que estamos en el mismo barco. Pero no es cierto. Pronto llegará lo peor de esta crisis y debemos prepararnos para defender cada hogar, cada derecho universal, apoyar a nuestras vecinas y no dejar ni un sólo centímetro a que los miedos de los grandes capitalistas los conviertan en nuestros miedos: no, no somos grandes propietarios. No, no nos van a ocupar la casa. Y no, tampoco vamos a dejar que desahuciéis a nadie.

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