Rut Mijarra, Germán Pérez y Alejandra Mateo La crisis del Covid-19 ha revelado las grietas de un sistema de cobertura que antes de la pandemia ya no alcanzaba a cubrir las necesidades básicas de todas. El Covid-19, como un huracán, ha puesto en evidencia un sistema obsoleto de protección de la ciudadanía, un sistema que, desde los años´80 ha sufrido la precarización y las vicisitudes del neoliberalismo, que ya en la crisis de 2008 evidenció lo que ya sabíamos, que sólo la defensa de lo público nos salvaría. La sanidad, la educación y los servicios sociales, que son las tres grandes patas del Estado del Bienestar, no son servicios públicos en su totalidad, sino que su gestión es híbrida. Han sufrido la externalización de servicios y la injerencia de las entidades privadas. Si bien, cada uno de ellos ha sufrido esta injerencia de formas diferentes, el proceso general es el mismo, el capitalismo se ha colado y ha venido para quedarse. Y frente a él, la Bolsa de Cuidados actúa.

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Se trata de un espacio vivo en el que se pone la vida en el centro y donde las vecinas se ayudan entre sí para hacer frente a las adversidades. Todo comenzó en pleno confinamiento, momento clave en que varias vecinas de Getafe se pusieron en marcha para asistir a aquellas familias con algún tipo de necesidad. “Al principio eran tareas muy concretas: ayudar a hacer la compra, pasear al perro… pero se vio pronto que la gente no tenía para pagarse cosas básicas” relata Pablo, estudiante y voluntario de la Bolsa de Cuidados. Desde el primer momento se observó en la demanda de ayudas una clara brecha de género, ya que el 82% de las personas solicitantes eran mujeres. Además, la mayoría (50% aproximadamente) eran migrantes en situación administrativa irregular, casi un cuarto con su situación regularizada y algo menos de un tercio eran españolas. Son también en su mayoría mujeres las que están en primera línea luchando porque nadie se quede atrás en esta pandemia.

En vista de la demanda social, desde lq Bolsa se acabó creando la despensa solidaria, toda una sección dedicada a la distribución de cestas de comida y entrega de menús, pero también otras como la de apoyo educativo y reparto de material escolar para asistir activamente a los niños y a las niñas. En este sentido ha sido clave la aportación del PCE, pues es en su local donde se recogen y almacenan todas las donaciones, se celebran las reuniones y las actividades dedicadas a gestionar nuestras acciones sociales. Lida, que tiene tres hijos y está desempleada desde hace más de un año, cuenta: “Me vi en un momento, al menos yo como madre, muy desesperada, sin saber qué darles a mis hijos y gracias a la Bolsa hemos podido tener alimentos durante varios días”. Como Lida, la mayor parte de beneficiarias han sido mujeres en familias monoparentales. Esto puede deberse básicamente a dos factores: La feminización de la pobreza y que las mujeres sí piden ayuda, a diferencia de ellos. Para la masculinidad hegemónica pedir ayuda supone algo humillante. Esto lo han podido ver incluso en la práctica  cotidiana, cómo algunos hombres acompañaban a sus mujeres a recoger la cesta básica de alimentos pero no entraban al espacio.

“La Bolsa de Cuidados es un espacio que prioriza la vida y donde se tejen redes entre vecinos y vecinas, sin crear dependencia en tanto que la bolsa constituye un impulso o respiro para buscar otro tipo de ayudas y alternativas en una situación puntual de necesidad” – Yolanda

En total se llegaron a atender durante el primer estado de alarma a unas 200 familias entre las cestas que se repartían, menús de catering… Estas ayudas variaban por semana dependiendo de los recursos tanto humanos como materiales de los que se disponía en cada momento. La situación económica se mostró realmente inestable. A tenor de esta cuestión, Niklas afirma que las primeras semanas de confinamiento constituyeron para ellos “una etapa de bastante concentración de trabajo. Había un grupo encargado de organización que trabajaba un montón y en cada uno de los barrios que coordinábamos teníamos gente voluntaria”. No obstante, la disponibilidad de fondos económicos se mostró realmente inestable en tanto que, afirma Niklas, “El dinero iba muy por rachas: teníamos mucho dinero porque era un momento en que la gente se volcaba mucho y entendía que había mucha gente pasándolo mal, ese dinero se invertía, volvíamos a recaudar y así durante un tiempo”. Dos datos muestran las dos caras de la moneda -solidaridad e inestabilidad- del financiamiento de la Bolsa: Mientras que en el mes de abril llegó a haber más de nueve mil euros en la cuenta corriente de la bolsa, hoy están por debajo de los mil. 

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Ahora, con el comienzo del segundo estado de alarma nacional, la realidad de los barrios ha ido cambiando sustancialmente pero la precarización y las necesidades permanecen: Por esta razón, los voluntarios y las voluntarias continúan su trabajo en diferentes ámbitos de actuación. “Ahora empiezan los coles, los padres vuelven a salir y les es más complicado hacerse cargo de los hijos, también se sigue requiriendo el material escolar y el refuerzo educativo” señala Yolanda, voluntaria veterana de la Bolsa. Asimismo, a los tradicionales grupos de trabajo de educación y reparto de cestas de alimentos se han sumado otros más recientes como la comisión de confinamientos, de carácter reivindicativo: Se trata de promover la conciencia y acción sociales sobre las problemáticas derivadas de los confinamientos selectivos así como la circulación activa de información acerca de las medidas decretadas por los gobierno central y autonómico, y que afectan directamente a la vida de los barrios de Getafe. Para la realización de todos los objetivos actuales de la bolsa, está resultando de enorme utilidad la labor diaria de muchos estudiantes de la Universidad Carlos III de Madrid, que son también vecinos y vecinas de estos barrios. Niklas nos comenta que antes los recursos humanos procedían fundamentalmente de “gente que no trabajaba o que sí trabajaba y sacaba hueco para colaborar”. No obstante, añade, ”ahora han venido muchos universitarios y ha aumentado el número de personas que se compromete de forma estable a reuniones, donaciones de material etc”.

“Antes del estado de alarma se dio una sensación de que había que ayudar porque era el momento en que la gente estaba peor, pero esas necesidades en muchos casos se mantienen, y al pasar esa sensación bajan las donaciones y el número de voluntarias” . Niklas

La labor de la Bolsa de Cuidados de Getafe no sólo está teniendo un fuerte impacto en la vida cotidiana de las familias que forman parte de esta red de ayuda vecinal, sino también en todos aquellos estudiantes procedentes de distintas partes del país y que son ahora voluntarios/as. Buena parte de ellos/as han pasado de concebir su barrio de residencia como un simple espacio donde vivir mientras cursan la carrera, a sentirse realmente integrados y partícipes del lugar en el que residen en base a la participación activa en las problemáticas de su zona. En este sentido, la actividad de la Bolsa no se basa en promover la caridad o fomentar relaciones de dependencia por parte de las familias hacia la Bolsa: Es esencial impulsar la participación dentro del tejido vecinal, la cooperación entre vecinas y el fortalecimiento de esos vínculos de solidaridad que tanto se están perdiendo actualmente en los barrios, que han sido históricamente espacios de agencialidad y poder popular. De hecho, ya hay muchas personas como Lida que, además de recibir las ayudas, también participa activamente ofreciendo su mano en todo momento como parte del equipo de la Bolsa.

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En esta dirección apuntan los retos y objetivos que se le presentan a la Bolsa de Cuidados. Mucha de la gente que dedicamos nuestro tiempo a esta causa podemos caer en la rutina de las entregas y dejar de lado el motivo principal de la creación de la Bolsa: Conseguir que se haga efectiva la autoorganización de las vecinas de Getafe, único medio real de salir colectivamente de una situación de precarización. Por lo tanto, tenemos que detenernos en dos cuestiones que debe afrontar la Bolsa a medio y largo plazo: En primer lugar, conseguir que las personas que reciben donaciones aporten también su granito de arena (por ejemplo, con algunas horas de trabajo voluntario al mes). Esto, que se está consiguiendo con algunas personas, hace que no se perciba a la Bolsa como algo ajeno a ellas, sino una organización comunitaria que necesita del aporte de las vecinas para mantenerse y crecer. En segundo lugar, expandir el ámbito de actuación de la Bolsa para cubrir otros problemas acuciantes de las vecinas de Getafe, como los desahucios o la inseguridad laboral. La pandemia pone las cosas difíciles, pero propuestas como un consultorio laboral, el contacto con sindicatos de inquilinas o la puesta en común de los problemas compartidos son un buen primer paso a seguir. En este sentido, desde la Bolsa se vio la posibilidad de la creación de una Oficina de Derechos Sociales pues algunas vecinas tienen problemas con cuestiones básicas como el empadronamiento y sin este documento, el acceso al resto de ayudas oficiales se dificulta.

Las instituciones -municipales, de la comunidad e incluso estatales-, nos están fallando, como evidencia la estrategia de invisibilización del ayuntamiento de Getafe hacia la Bolsa de Cuidados, más claramente durante el estado de alarma. A este respecto,  el ayuntamiento se negó a conceder permisos y salvoconductos a las personas voluntarias, lo que hizo realmente difícil llevar a cabo las tareas. De hecho, en un primer momento el ayuntamiento pretendía la disolución de la red de cuidados y la alcaldesa no dio respuesta sobre su opinión acerca de la Bolsa. La solidaridad es la ternura de los pueblos y en esta pandemia ha vuelto a hacerse patente que eslóganes como “sólo el pueblo salva al pueblo” siguen vigentes. Ante la incertidumbre y el miedo, los cuidados resultan revolucionarios y la Bolsa continúa a pie de calle para extenderlos en los barrios de Getafe.

Rut Mijarra, Germán Pérez y Alejandra Mateo son integrantes de la Bolsa de Cuidados de Getafe

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