María Lobo y Lorena Cabrerizo | El pasado 22 de octubre el Tribunal Constitucional de Polonia, conformado por jueces afines al partido gobernante ultraconservador PiS (Ley y Justicia) declaraba inconstitucional el aborto por malformación del feto, una decisión que tuvo como reacción multitudinarias protestas en Varsovia y otras ciudades del país, convocadas por el movimiento feminista Strajk Kobiet. Las movilizaciones, que se han prolongado durante tres semanas, van más allá de la revocación de esta decisión y señalan la necesidad de cambios profundos en una sociedad secuestrada por partidos reaccionarios y de extrema derecha que, apoyándose en la iglesia católica, llevan años socavando los derechos y libertades fundamentales de la población.
La indignación de la comunidad polaca en el exterior tampoco se hizo esperar, y fueron convocadas sendas concentraciones a la puertas de los consulados. En Madrid, el llamado surgió del ímpetu de Natalia Górzynska, una joven de 19 años, estudiante de ciencias políticas, que a través de su Facebook consiguió “despertar” a otras mujeres como Anna Palmowska, y Maria Dulas para solidarizarse con el movimiento y visibilizar la dura realidad que viven las mujeres en su país.
Con motivo de la concentración prevista para este miércoles 18 de noviembre en Sol, día en el que el Parlamento polaco retoma el debate tras su paralización por la presión ejercida desde las calles, conversamos animadamente con ellas sobre la situación general que atraviesa su país, especialmente las mujeres. La concentración, organizada en paralelo a la que tendrá lugar en Varsovia, está siendo acompañada por la Comisión de Aborto del movimiento feminista en Madrid que organiza todos los años las acciones en torno al 28S.
Tal y como nos cuentan, los antecedentes más cercanos hay que ubicarlos en 2016, cuando el gobierno hizo el primer intento frustrado de endurecer aún más la ley del aborto de 1993, eliminando directamente los tres supuestos en los que se permitía la interrupción del embarazo (grave malformación del feto, riesgo para la vida de la madre y embarazo por violación) y añadiendo penas de cárcel para las mujeres y médicos. Desde entonces, el movimiento Strajk Kobiet no ha dejado de dar la batalla, como atestigua Natalia, quien participaba en las convocatorias de los “Lunes Negros” en Varsovia hasta hace cuatro meses, cuando empezó sus estudios en Madrid.
Una batalla que se ha exacerbado dentro y fuera del parlamento desde que el pasado julio, a propuesta del Ministro de Justicia Zbigniew Ziobro, el gobierno polaco insinuara su abandono de la Convención de Estambul, un tratado contra la violencia de género considerado clave en la defensa de los derechos de la mujer. Una amenaza que, en buena medida, subyace al bloqueo de Polonia y Hungría en la gestión de los fondos europeos de reconstrucción por la no aceptación por parte de ambos países del mecanismo de protección del Estado de derecho vinculado a los mismos.
Como señala Anna, el debate que se reabre mañana en el Parlamento no sólo refiere a la ley antiaborto; hay otras muchas cuestiones que están en juego, como la propuesta para crear centros de acogida para mujeres con hijos con malformaciones o con pocas posibilidades de vivir, bajo la atención de curas y psicólogos disponibles para “dar consuelo”. Un ejemplo más del rápido retroceso que está ocurriendo en un país que estuvo entre los primeros en aprobar el derecho al voto de las mujeres. Anna, de 36 años, lleva siete viviendo en Madrid y sabe bien lo que significa ser madre soltera en Polonia. Esta filóloga, historiadora del arte y traductora, que aún no ha conseguido un trabajo en nuestro país acorde a su formación, tiene muy claro que es urgente que esta lucha se extienda a la defensa de los derechos de las mujeres en todos los ámbitos.
Nacida en una ciudad cercana a Varsovia, cree que uno de los principales problemas que más les afectan es el alcoholismo y la violencia asociada al mismo, incluyendo un elevado índice de violaciones intrafamiliares. Especialmente en las zonas rurales, las mujeres siguen relegadas a su papel tradicional de amas de casa sin posibilidades de acceder al mercado laboral. Sus únicos canales de información son la televisión pública y los sermones de las parroquias locales, brazos armados de la política comunicativa gubernamental.
Esta relación entre la política y la iglesia se está radicalizando en Polonia. Como sostienen las tres, la tradición católica en Polonia no era mucho mayor que en otros países como España. Si bien es cierto que durante la crisis de mediados de los 70 las iglesias desempeñaron un papel social relevante, supliendo las necesidades más urgentes o siendo refugios para quienes eran perseguidos por su oposición a la tutela soviética, no fue hasta principios de los dos mil que el tándem extrema derecha-iglesia católica inició su escalada más reaccionaria.
Volviendo al aborto, aunque las cifras oficiales hablan de mil casos anuales, el 97% por malformación, se estima que la cifra real podría situarse incluso en los 150.000 casos, según la Federación para la Mujer y la Planificación Familiar. La realidad es que muchas mujeres siguen viajando a otros países para abortar. “Claro, las que tienen dinero”, como dice Anna, “porque en su día yo ni siquiera me lo pude plantear”. Aunque María matiza al respecto porque percibe, cuando viaja a su país, que la situación económica es bastante buena en términos generales, al menos en las ciudades.
Maria es la mayor de las tres y la que lleva más tiempo en Madrid, previo paso por Barcelona y Amsterdam. Cree que el gobierno está en una situación muy difícil, presionado por los sectores extremistas, por la calle y por las recientes informaciones sobre los casos de pederastia de la iglesia polaca. Al mismo tiempo, la sociedad está aún bastante dividida entre quienes apoyan al gobierno y quienes no se posicionan, en parte por la ausencia de una izquierda fuerte. Aún así, la situación abierta por la ley antiaborto ha hecho que la gente empiece a preguntarse por qué la vida de las mujeres sólo se protege durante el embarazo.
A las tres les emociona lo que está surgiendo; la gente ha llegado a un nivel de malestar que ha dicho basta, sobre todo de gente muy joven. “Es una energía muy bonita”, dicen a coro, aunque también creen que empieza a haber cierta fatiga puntual, por la situación excepcional provocada por la pandemia así como por ese cierto respiro que hubo tras la paralización en la publicación del fallo del constitucional. Pero es un principio de cambio, y está protagonizado, fundamentalmente, por las mujeres.
María Lobo y Lorena Cabrerizo son militantes de Anticapitalistas.