Miquel Vallmitjana | Tradicionalmente, el mundo campesino ha sido un referente y al mismo tiempo un problema para la izquierda. El hecho de que muchos de sus trabajadores y trabajadoras no siempre sean asalariadas y que, en muchos casos, posean algo de tierra en propiedad, así como la dispersión propia del terreno, hacen que el prototipo de clase trabajadora sea a veces difícil de encajar en estos terrenos. Y sin embargo, la lucha por la tierra ha sido históricamente una de las principales luchas contra la oligarquías. Una lucha que crece hoy y se alimenta de la necesidad de reconvertir de arriba a abajo nuestra relación con el territorio, en tiempos de crisis ecológica y de sobre-explotación sistemática de la natural. Entre campesinos y obreros, entre la lucha por una tierra viva es cada vez más una lucha por la vida de las mayorías.

Aún queda otro obstáculo, y no pequeño, que es la reducción de espacio rural a un decorado para veraneantes. En un mundo de economía supuestamente “desmaterializada”, con una población agraria por debajo del 5% y una presión constante por la innovación y la financiarización de la economía: ¿qué impacto puede alcanzar una movilización rural? Insistamos otra vez: en el marco de la crisis ecológica (cambio climático, decrecimiento energético, contaminación de los suelos), una movilización como esa afectaría a toda la población. Lo que comemos, el agua que bebemos, el aire, el paisaje que conforma nuestra identidad, están bajo amenaza y la respuesta no puede ser de ese pequeño porcentaje de población que obtiene el pan de su trabajo en el campo, sino de toda la sociedad.

Por eso, las macro-granjas constituyen una fuerte línea de lucha. Por su impacto ecológico, por la degradación de la salud pública, por el incremento de la presión a las trabajadoras y trabajadores del campo y por el insoportable e inadmisible trato que damos a los animales y que ninguna sociedad debería aceptar como algo normal. Tenemos que celebrar que se estén creando y desarrollando cada día más plataformas en defensa de los puestos de trabajo agropecuarios, de una relación sana con la naturaleza y de una sensibilidad fuerte con los animales no humanos.

Las entrevistas a David Llorente que estos días iremos publicando en este mismo medio es una buena entrada. Pero también los actos y debates que se producen en muchos pueblos y ciudades de todo el estado, y las movilizaciones que exigen detener este modelo de explotación criminal de la vida. En ellos esperamos ver una buena materialización de como una lucha rural, aparentemente improbable, va adquiriendo fuerza y se constituye como u movimiento social sólido y masivo que plantea otro mundo posible.

Miquel Vallmitjana es militante de Anticapitalistes.

 

Versión en catalán:

Macrogranges: una lluita improbable?

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