Gil Hortal | Hace unas semanas dos activistas protagonizaban una polémica internacional tras arrojar sopa de tomate al cuadro de “Los Girasoles” de Van Gogh para denunciar la negligencia institucional ante la crisis climática. Lejos de quedar en una acción aislada, militantes ecologistas de varios países recogieron el guante y replicaron los hechos. Un ejemplo de ello en nuestro país lo ejecutaron las activistas de Futuro Vegetal, que se pegaron a las Majas de Goya en el Museo del Prado el pasado mes de noviembre.

Con relación a estas acciones, y al margen de la opinión individual que puedan merecer de cada uno, creo que existen al menos dos aspectos que resultan indiscutibles. El primero, repetido hasta la saciedad, es la apremiante necesidad de actuar frente a una crisis que amenaza las condiciones materiales sobre las que se sostiene la vida en nuestro planeta. El segundo, más coyuntural, es el hecho de que los movimientos climáticos están empezando a apostar de forma cada vez más mayoritaria por líneas de acción disruptivas. De hecho, la segunda de estas realidades no es más que una consecuencia de la primera, pues la urgencia de la situación es lo que nos empuja a escalar el conflicto hasta hacerlo ineludible.

Es precisamente bajo esta premisa que nace End Fossil, una iniciativa juvenil que ha impulsado ocupaciones en centros de estudio de más de 30 países exigiendo el fin de los combustibles fósiles. En Barcelona, las estudiantes de este movimiento ocupamos durante la primera semana de noviembre el edificio histórico de la UB. La demanda genérica de desmantelar el modelo fósil se concretaba, en nuestro caso, en tres exigencias dirigidas a la universidad: la ruptura de la cátedra con Repsol, la desvinculación del banco Santander y la adopción de una asignatura ecosocial obligatoria y adaptada a todos los planes de estudio.

Estas exigencias, consensuadas con el resto de territorios del Estado español, eran entendidas por las estudiantes como propuestas alcanzables en el corto plazo. No obstante, con ellas no se agotaba la ambición del movimiento, sino que lo que se pretendía era obtener una primera victoria rápida a partir de la cual impulsar una lucha más amplia con el objetivo de transformar el modelo universitario ante las necesidades que impone la crisis ecológica.

Fotografia de Iva Mareba

El balance semanas después de la ocupación es muy positivo. En primer lugar, la presión y movilización constantes a lo largo de los siete días de acampada consiguieron mover sustancialmente a la dirección de la universidad de su posición inicial. Las activistas levantamos el campamento exhibiendo un documento en el que la UB se comprometía a implementar una asignatura ecosocial obligatoria en 2024, un hito pionero a nivel internacional, al mismo tiempo que se abría a revisar conjuntamente con el resto de universidades públicas catalanas su vinculación con empresas y bancos ecocidas.

Pero los éxitos cosechados por la acción no consisten únicamente en esta primera victoria que, por otro lado, todo el mundo admite como parcial. La realidad es que la acción logró traspasar los muros del edificio histórico de la UB y conectar con el magma de movimientos sociales de Barcelona. Decenas de colectivos mostraron su solidaridad con las estudiantes, involucrándose muchos de ellos en las tareas para el sostenimiento de la ocupación o participando en los talleres que se organizaron. Además, se logró abrir una ventana de oportunidad para avanzar desde las instituciones, y en particular el Parlament, hacia un modelo universitario público justo, accesible y desvinculado de intereses mercantiles y financieros.

Creemos que todos estos elementos muestran que existe la posibilidad de dar continuidad a este movimiento. Pero no solo esto, sino que también nos enseñan que para hacerlo es preciso generar sinergias con otras luchas sociales, estudiantiles y sindicales, contribuyendo a impulsar un nuevo ciclo de movilizaciones que ponga en el centro la necesidad de avanzar en derechos sociales y laborales en el marco de una transición ecológica justa. La coyuntura actual exige alianzas multisectoriales y enfoques holísticos, que agrupen colectivos que, aun respondiendo a necesidades distintas, puedan compartir el horizonte común de acabar con el capitalismo. Es en esta alianza en la que creemos que yace la esperanza de un proyecto ecosocialista, y es en ella en la que seguiremos trabajando.

Escrito por:

Gil Hortal

Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas. Activista social y militante anticapitalista.

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