Militantes del Nouveau Parti Anticapitaliste | «Este movimiento no pertenece a nadie sino a todos. Es la expresión de un pueblo que, durante 40 años, ha sido desposeído de todo lo que les permitió creer en su futuro y en su grandeza». Es así que empezaron tres chalecos amarillos su discurso hacia el pueblo francés y el presidente de la república el 15 de diciembre al empezar la manifestación en París.

El movimiento de los chalecos amarillos empezó con la manifestación del 17 de noviembre, como respuesta a una convocatoria lanzada en las redes sociales contra el aumento de une taza para los carburantes. Una petición lanzada en Internet había recogido más de un millón de firmas. El sábado 17 de noviembre, más de 300.000 manifestantes marcharon en todas partes de Francia teniendo como principal reivindicación la supresión de este impuesto.

El sábado 16 de febrero, tuvo lugar el acto 14 de una movilización que no se extiende, sin duda, pero que es a largo plazo y tiene un apoyo popular nunca visto para un movimiento desde la movilización de los trabajadores ferroviarios en 1995: ¡el 31 de enero, el 64% de la población aún apoyaba el movimiento y sus reivindicaciones y solo el 19% la acción del gobierno!

 

Un movimiento sorprendente en un contexto de desmovilización

El éxito de la marcha del 17 de noviembre, como de hecho desde esa fecha la tenacidad del movimiento, fue claramente una sorpresa. Y esto por varias razones.

Este movimiento nació en un contexto de derrotas acumuladas de todo movimiento de los últimos 15 años y, más recientemente, de las movilizaciones contra las reformas implementadas por Holland y Macron, desde su elección en mayo de 2017: movilización contra las leyes laborales I y II, contra el cambio de estatus de los trabajadores ferroviarios, contra la reforma del acceso a la educación superior … movilizaciones fuertes pero que no pudieron extenderse a otros sectores de los trabajadores y tomar la amplitud necesaria para obligar a dar marcha atrás a una clase dominante decidida a hacer pagar la crisis económica a los trabajadores.

Este movimiento nació también en un contexto de modificación del panorama político. Por un lado, este contexto está marcado por la desaprobación de los partidos políticos que se han alternado en el poder durante 30 años: por primera vez desde 1958, ninguno de sus candidatos acudió a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (el PS se derrumbó a las elecciones de 2017, pasando a 6.02% de los votos contra 28.63% en 2012, y el partido tradicional de la derecha, LR, a 20% contra 27.18% en 2012). Por otro lado, por el ascenso de la Agrupación Nacional (antes Frente Nacional) y la aparición de un nuevo partido, el LRM de E. Macron, con un ex candidato bancario que anunciaba el fin de la división izquierda/derecha y del viejo mundo político, un candidato finalmente no tan nuevo que fue ministro de economía del gobierno anterior.

Sin embargo, como presidente, E. Macron fue rápidamente superado por los escándalos (dimisión de varios hombres políticos como Bayrou, R. Ferrand) o por la crisis política que provoco el caso Benalla (el ex agente de seguridad de Macron despedido en julio por haber agredido a manifestantes haciéndose pasar por la policía) y, acompañado de viejos políticos bien marcados a la derecha, aplicó la misma política ultra liberal que su predecesores o que el mismo había aplicado cuando era ministro de economía.

Resultado: hoy en día E. Macron carga con la etiqueta de «Presidente de los ricos» y solo cuenta con un 21% de índice de popularidad, uno de los porcentajes los más bajos por un presidente francés. Un presidente, cuya arrogancia también ha conmocionado y enojado en gran medida cuando dijo que «las ayudas sociales nos cuestan una pasta gansa» y no ayudan a la gente a salir de la pobreza. O cuando aconsejó a un parado que cruzara la calle para encontrar trabajo.

Por otro lado, este movimiento nació en un contexto de falta de confianza en los sindicatos (y, sobre todo, en las direcciones de los sindicatos) y en la capacidad de los sindicatos a defender las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores.

Además, la mayoría de los chalecos amarillos no tienen contactos con el mundo sindical e incluso están hostiles a los sindicatos. Son principalmente trabajadores de estructuras pequeñas, especialmente empleados, pero también comerciantes, pequeños artesanos, jóvenes precarios, jubilados. Las mujeres participan tanto que los hombres, en muchas partes son ellas que dirigen el movimiento. Los chalecos amarillos son personas que se dicen apolíticas, ni de derecha ni de izquierda. Estos trabajadores viven, la mayoría del tiempo, en las afueras de las grandes ciudades, no están acostumbrados a manifestar y la mayoría no tiene ninguna experiencia de acción colectiva.

Los trabajadores de las grandes empresas y del servicio público, que están mucho más sindicalizados que los trabajadores de pequeñas empresas, no participan directamente a la protesta. Sus sindicatos se negaron a apoyar los chalecos amarillos y a participar en el movimiento. Peor aún, en un comunicado de prensa conjunto del 6 de diciembre, todos los dirigentes sindicales, con la excepción de Solidaires, condenaron la «violencia en la expresión de las reivindicaciones de los chalecos amarillos», sin condenar la represión y la violencia policial. Tres días más tarde, dos de los sindicatos de los conductores de camiones, la CGT y FO convocaron por los salarios antes de negociar con el gobierno y a cancelarla. Todo eso había empeorado la imagen de los sindicatos y los chalecos amarillos trataron a unos sindicalistas que intentaban entrar en contacto con ellos en las rotondas de «vendidos».

A pesar de este contexto nos enfrentamos al primer movimiento victorioso y ofensivo desde hace mucho tiempo: victorioso porque Macron ha suspendido la subida del carburante para todo 2019 y ofensivo porque desde hace varias semanas ya no se trata de luchar contra este impuesto, pero por la subida de los sueldos, de las pensiones de los jubilados, la justicia fiscal con la reintroducción del impuesto sobre las fortunas y una IVA a 0% para los productos de primera necesidad, por una mayor democracia en la toma de decisiones (con el referéndum de iniciativa ciudadana) y una mejor redistribución de la riqueza.

 

¿Un movimiento de extrema derecha y racista?

La clase dominante y el gobierno, no se cruzaron de brazos. Las imágenes que aparecen en la televisión francesa como española muestran siempre los mismos coches, comercios y calles destrozadas en los Campos Elíseos, el arco del triunfo en una sucesión de planes infinitos destinados a desacreditar el movimiento de los chalecos amarillos con la ayuda de los medios oficiales. Para desacreditar el movimiento, el gobierno recurrió al principio al argumento de la falta de conciencia ecológica de los chalecos amarillos y de todas aquellas personas que no entienden que contaminan con su automóvil.

Los Chalecos amarillos han negado la acusación, no deseaban recibir lecciones de un hombre que habla de ecología, pero ha ayudado a reducir el número de líneas ferrocarriles en Francia. De hecho cuando E. Macron fue ministro de la economía ha reducido las pequeñas líneas regionales que el estado considera como no rentables (por supuesto menos rentables que las líneas de alta velocidad que cuestan mucho y sirven poco!) y ha desarrollado lo que llamamos el “autobús Macron” o sea un medio transporte menos ecológico. Los chalecos amarillos responden que si tienen una conciencia ecológica, pero recuerdan que no solo hay que pensar en el fin del mundo sino también en el fin del mes.

La secunda acusación que hizo el poder y los periodistas en contra de los chalecos amarillos fue su racismo. Si hemos visto unas ataques racistas y antiinmigrantes, las reivindicaciones contra los inmigrantes y refugiados casi están ausentes, e incluso el Secretario de Estado Mounir Mahjoubi admitió, el 1 de enero, que «en su inmensa mayoría, los «chalecos amarillos» que conocí… no son violentos, tampoco sediciosos o antiecológicos, racistas, antisemitas, homofóbicos». Esta declaración va contra la propaganda del gobierno, que intentó desacreditar a los chalecos amarillos al presentarlos como racistas, de extrema derecha, violentos, homofóbicos y antiecológicos (porque, para el gobierno, la subida de los carburantes era une mediad para proteger el clima!).

Por otro lado, la extrema derecha organizada no ha logrado dirigir el movimiento. Pero su presencia es real, por ejemplo, los camaradas del NPA ya fueron atacados por grupos ultra violentos que no tienen nada que ver con los chalecos amarillos, sino que se han aprovechado de la manifestación para atacarlos.

 

¿Un movimiento violento?

El amplio apoyo de la población a los chalecos amarillos desde el inicio del movimiento ha puesto en dificultad el gobierno que ha tomado la decisión de reprimir ferozmente esta movilización mientras que orquestra una incesante denuncia de la violencia de los chalecos amarillos de la parte de todos los políticos.

Hay que decir una cosa: este movimiento no tiene nada que ver con las estructuras tradicionales del movimiento obrero y ha nacido de la ira contra las injusticias y contra las condiciones de vida que se vuelven cada vez más insoportables. Los chalecos amarillos no han decidido de salir a las calles para caminar tranquilamente detrás de una pancarta sindical, como de costumbre: son personas enfadadas que quieren ganar y hacer retroceder al gobierno. Ocupan rotondas sin buscar el acuerdo de la prefectura, marchan sin declarar (como los sindicatos hacen) el trayecto de la manifestación, no siguen los mismos trayectos pero van a donde quieren e incluso hacia el Elíseo.

Esto obviamente preocupó al gobierno, que desde la segunda manifestación ha desplegado un arsenal impresionante. Por ejemplo, para comprender la desproporción y el grado de violencia del estado, para la única manifestación del 1 de diciembre en París, se lanzaron 10 000 granadas de gas lacrimógeno, o sea una por manifestante. Incluso vimos, por primera vez, vehículos blindados por las calles de París. Los víctimas de la represión policial son numerosas : una mujer muerta en Marsella, más de 1900 manifestantes heridos, incluyendo 19 personas que han perdido un ojo debido a los disparos de flashball, 5 manos arrancadas por granadas explosivas GLI-F4 (potencialmente letales, con TNT, Francia es el único país europeo que las usa), docenas de penas de prisión.

La represión policial tiene que hacer con los jóvenes también: 151 alumnos que se movilizaron al mismo tiempo que los chalecos amarillos fueron detenidos por la policía, obligados a arrodillarse con las manos en la cabeza y, por lo tanto, fueron humillados y tratados como terroristas. Un policía filmó la escena y el video ampliamente compartido provoco indignación. Arrodillarse con las manos en la cabeza es ahora un símbolo de la represión policial en Francia: durante los días siguientes, en todas las manifestaciones que tuvieron lugar los chalecos amarillos han repetido ese gesto en apoyo de los estudiantes de secundaria de Mantes-la-Jolie.

La violencia policial y el número de heridos conmocionaron a los chalecos amarillos y barrieron muchas ilusiones sobre el papel de la policía. Hoy hay polémica en la sociedad francesa sobre la prohibición de los flashballs y otras granadas explosivas y, en general, sobre la violencia policial, invisible solo por el Ministro del Interior Castaner que declaraba: «Yo no conozco a ningún oficial de policía que haya atacado a un chaleco amarillo». Está claro que la violencia está del lado del gobierno y de la burguesía. Así, escuchamos a un ex ministro de educación bajo Jacques Chirac, Luc Ferry, pedir que la policía haga uso de sus armas letales.

En dificultad después de no haber podido estigmatizar el movimiento y frente a la determinación de los chalecos amarillos, Macron decidió en diciembre reaccionar de otra manera (pero siguiendo reprimir violentamente las manifestaciones): anunció la suspensión de la taza sobre los hidrocarburos y una serie de medidas para mejorar el poder adquisitivo (como un, falso, aumento de 100 euros del sueldo mínimo y una exención de impuestos por la horas extra) y lanzó un «Gran Debate nacional” para, como dice el gobierno, “transformar la cólera en soluciones”. Pero deja claro que no va a reimplantar el impuesto sobre las fortunas, y que tampoco aceptara las otras reivindicaciones de los chalecos amarillos. Tampoco habrá debate sobre los sueldos o las pensiones, pero si sobre la inmigración aunque no es parte de las reclamaciones de chalecos amarillos.

Por otra parte, intensificó la represión policial y judicial con el desalojamiento de muchas rotondas, con penas de prisión (más de 1800 condonaciones desde el pasado mes de diciembre) y persecuciones por muchas figuras del movimiento (como por ejemplo la líder de los chalecos amarillos de la ciudad de Béziers) y ha aprobado una ley que restringe fuertemente el derecho a protestar.

Además, el gobierno ha lanzado un contramovimiento, una manifestación de apoyo al gobierno y contra los chalecos amarillos, la protestación de los «pañuelos rojos». La demostración de pañuelos rojos no ha tenido mucho éxito: no había más de 10000 manifestantes de toda Francia en París el domingo 27 de enero.

Pero ni las medidas, ni la represión han servido para apaciguar la protestación. El problema de Macron y de los capitalistas franceses es que las reivindicaciones de los chalecos amarillos son compartidas por amplias capas de la sociedad. E incluso los pañuelos rojos no cuestionan su legitimidad, sino que denuncian la violencia, de los chalecos amarillos, no de la policía.

 

¿Y el liderazgo sindical?

Lo que es aún peor para el gobierno, es que las reivindicaciones actuales de los chalecos amarillos (sueldos, pensiones, etc.) se acercan a aquellas del movimiento obrero «clásico». Eso acentúa la presión sobre las direcciones de los sindicatos, especialmente sobre la CGT, presión ejercida también por todos los militantes que están presentes en las rotondas desde el principio del movimiento, por los contactos entre chalecos amarillos y sindicalistas en las manifestaciones, en los lugares de trabajo, etc.

Además, los chalecos amarillos están empezando a estructurarse. El aislamiento del principio y la competencia entre rotondas cercanas dan paso a intentos de coordinación a través de asambleas generales que reúnen varias rotondas o, más recientemente, el primer intento de estructuración a nivel nacional. Así, el 26 y 27 del enero, 100 rotondas han enviado representantes a Commercy, en el noreste de Francia, para una asamblea de las asambleas generales. El texto resultante de esta asamblea pide el aumento inmediato de los sueldos, de los mínimos sociales, de las pensiones, el derecho incondicional a la vivienda y la salud, a la educación, a los servicios públicos gratuitos y la amnistía para todas las víctimas de la represión. Y llamaba a la construcción de una huelga masiva a partir del 5 de febrero.

El 5 de febrero era precisamente la fecha elegida por la CGT para llamar, finalmente, 2 meses después del inicio del movimiento, a una huelga general sobre los sueldos, las pensiones, los mínimos sociales, la justicia fiscal, la supresión de las ayudas a las grandes empresas, el respeto del derecho a manifestar, el desarrollo de los servicios públicos, etc., es decir las mismas reivindicaciones que los chalecos amarillos. Esta llamada fue importante porque la única perspectiva para el movimiento es precisamente una convergencia entre los chalecos amarillos y el movimiento obrero organizado, o por lo menos, su parte más combativa. Por ahora, solo el sindicato Solidaires ha tenido una política de apoyo a la movilización de los chalecos amarillos.

Además, incluso Mélenchon ha dejado de lado su tradicional neutralidad con respecto a los sindicatos y movimientos y su proyecto de «revolución ciudadana» por las urnas y llamaba a la huelga del 5 de febrero. Una llamada oportunista que muestra ante todo que la política de la Francia Insumisa no es muy popular entre los chalecos amarillos. De hecho, la Francia Insumisa, que se presenta como la primera oposición a la asamblea nacional, cree que todo se pasa en el «hemiciclo» y su demanda de exigir nuevas elecciones nunca ha sido retomada por los chalecos.. Mélenchon llamaba a la huelga del 5 de febrero pero no el PS. Ni la Agrupación Nacional, que es una fuerza tradicionalmente antisindical. El problema para todas estas fuerzas es que los chalecos amarillos rechazan, por ahora, las elecciones como una manera para imponer sus reivindicaciones. Y también son hostiles a una lista electoral para las elecciones europeas. Por ejemplo, Ingrid Levavasseur, una referente de los chalecos amarillos, había anunciado, por el fin de enero, la constitución de una lista electoral pero la presión fue tal que, poco tiempo después, ha renunciado a su candidatura. Solo el gobierno de Macron había dado la bienvenida a esta iniciativa.

 

Un movimiento político en busca de perspectivas

De hecho, los chalecos amarillos expresan una profunda desconfianza del sistema actual de representación, de cualquiera que pueda llamarse a sí mismo el líder del movimiento y negociar las cosas en su nombre. En este sentido, el movimiento chalecos amarillos comparte características comunes con los movimientos de ocupación de 2011 en Grecia y España: el rechazo de las políticas de austeridad y de las formas habituales de liderazgo, las élites políticas, el rechazo, la demanda de expresión directa. Este rechazo de la representación y de los líderes es tan fuerte que lo hizo imposible por el gobierno de negociar una salida del movimiento con sus representantes, pero durante mucho tiempo perjudicó al movimiento de los chalecos amarillos debido al aislamiento y la dispersión de las fuerzas disponibles.

El 5 de febrero ha marcodo un punto de inflexión en la movilización en el sentido de que la huelga fue, por primera vez, entendida como una forma de lucha por una parte de los chalecos amarillos. Hasta ahora el movimiento se quedó fuera de las grandes empresas. En los lugares de trabajo se habla de los chalecos amarillos y de la movilización pero los trabajadores dejan su chaleco en el coche. Las formas de acción se limitan a una presencia a las rotondas, a las operaciones de peaje gratuitas y, más raramente, y más al principio del movimiento, a los bloqueos de almacenes.

Pero para bloquear realmente la economía hay que pasar por la huelga. El apoyo de la opinión pública hace que las cosas sean más complicadas para Macron, pero sin la convergencia de luchas y la entrada en el movimiento de trabajadores de grandes empresas, las posibilidades de que este movimiento lleve a cambios reales en la sociedad son muy raras. Hoy en día, los vínculos se forjan y existen entre los chalecos amarillos y el movimiento obrero: así, en Besançon, muchos chalecos amarillos se unieron a las batas blancas para apoyarlos en su movilización el viernes 25 de enero.

Los principales medios de comunicación anuncian desde hace muchas semanas el fin del movimiento de los chalecos amarillos, pero eso persiste 3 meses después de su inicio. Es un movimiento popular muy económico, no contra los impuestos como uno podría haber temido, sino por la justicia fiscal y la distribución justa de la riqueza. También es un movimiento muy político: las primeras manifestaciones estaban dirigidas hacia las prefecturas. En Puy-en-Velay, por ejemplo, el ataque a la prefectura el 1 de diciembre dejó huellas profundas. «Todavía no entendemos lo que pasó», dice un oficial de policía local. Teníamos una escena de guerrilla urbana. Y delante de nosotros, teníamos a nuestros vecinos! Había algunos tipos de la extrema izquierda y la extrema derecha, pero eran en su mayoría gente modesta…». Este es un aspecto que recuerda la violencia de los grandes levantamientos populares de principios del siglo XX.

La huelga del día 5 de febrero no fue el punto decisivo para la convergencia de las luchas necesarias para obligar el gobierno de Macron a hacer marcha atrás. La participación a la huelga no fue tan importante y el día siguiente todos los trabajadores estaban de nuevo a su puesto de trabajo. Es decir que la CGT no ha realmente movilizado su gente, tampoco ha dado una perspectiva creíble y directa a esta jornada. Pero el sábado 16 de febrero miles de chalecos amarillos han, de nuevo, manifestado en Francia. Tres meses después de su nacimiento, el movimiento se busca, cuenta sus fuerzas y se prepara por una nueva jornada de movilización el sábado 23 febrero.

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