Manel Barriere Figueroa | Descubrí a Kim Stanley Robinson leyendo la trilogía de Marte, una novela monumental en tres partes, un prodigio literario que nos enfrenta con el deseo y la posibilidad de construir una nueva sociedad partiendo de cero, movilizando la razón y la pasión de la ciencia, también de la ciencia política, como motores de un impulso utópico de dimensiones épicas. Después seguí con El ministerio del futuro, Nueva York 2140 y Luna Roja, novelas de ciencia ficción especulativa, de futuros en crisis y de personajes con el afán, y la urgencia, de convertir dicha crisis en una oportunidad de cambio. Este impulso utópico se invoca habitualmente para definir la obra del escritor, pero ¿es eso realmente o hay algo más?
La DANA que ha asolado Valencia, nos ha dejado imágenes apocalípticas. Una vez más, parece que hemos perdido la cuenta, el futuro se materializa ante nuestros ojos. Miles de personas lo sufren en sus carnes. El resto, atrapadas en un espiral de tristeza, perplejidad y temor. La anterior DANA devastadora fue en 2020, afectó principalmente al litoral de la península y causó 13 muertos. Entre una y otra, la pandemia del COVID19. El contra plano de esta sucesión de catástrofes antrópicas, es la situación política.
Por un lado, una fuerza ciega y desbocada nos exhorta a seguir adelante, hacia un mundo donde impere la ley del más fuerte y el débil sea exterminado. Al otro lado, quienes intentan resistir son incapaces de romper con unas lógicas, políticas y económicas, sobre las cuales se ha fraguado la crisis actual. Se llama capitalismo y es el mundo que nos rodea, desde el pequeño rincón de nuestra cocina hasta los confines de la jungla más lejana.
Unos y otras, da igual el nombre, Trump o Kamala, Feijoo o Sánchez, e incluso quienes están a su izquierda en el espectro institucional, no conciben un mundo que no esté regido por la producción y posterior acumulación de capital. Unos creen que hay que defenderlo por las armas, caiga quien caiga, otros, que se puede domesticar arrancándole algunas concesiones, los terceros, que su poder es tan grande que solo podemos sobrevivir promoviendo algunas reformas legales analgésicas. Cualquiera de las tres opciones nos lleva, antes o después, a la catástrofe.
¿Es posible, a día de hoy, una cuarta opción? La respuesta es no. Pero, seamos honestos, ¿por qué no es viable? ¿por qué concebimos el fin del capitalismo como un imposible? El abrumador poder acumulado por el capital y sus defensores es, sin duda, un potente elemento disuasorio. Pero ningún poder es absoluto, siempre hay grietas, rincones desprotegidos, puntos débiles. Lo hemos visto estos últimos días. La solidaridad, el apoyo mutuo, también la indignación y la rabia. ¿Cómo articular toda esa energía, para convertirla en contrapoder en una época de individualismo narcisista como la nuestra? ¿Cuántas muertes necesitamos para levantar los ojos de la pantalla y mirarnos en nuestra debilidad como individuos y en nuestra fortaleza colectiva?

Si hoy no podemos acabar con el poder del capital, lo único que nos queda es el futuro. La proliferación de ficción distópica, tiene como función socavar esta idea. La derecha, y la extrema derecha, acusan al ecologismo de profetizar un futuro apocalíptico, sin embargo, la denuncia de las crisis climática y energética, de sus causas, remite única y exclusivamente al presente y al pasado. Es la industria cultural del capitalismo quien ha cancelado el futuro, no sólo a través de la ficción. La trivialización de la realidad en los medios de comunicación de masas, el flujo continuo de imágenes y estímulos inconexos en las redes sociales, han marchitado nuestra capacidad para la imaginación. Subsumir la política electoral a esas mismas lógicas, ha provocado desafección, confusión y analfabetismo político.
No hay conocimiento sin imaginación y no hay esperanza sin conocimiento. Allí donde se encuentran el pasado y el presente, surge una luz que ilumina el camino hacia el futuro. Ésta puede ser la fórmula para superar la mirada melancólica y la parálisis ante lo venidero. La obra de Kim Stanley Robinson, como la de otros autores y autoras de ciencia-ficción, nos interpela para convencernos de la posibilidad de una grieta, para iluminarla. Perdido el presente, solo nos queda el futuro, y en el futuro, las contradicciones del capitalismo contemporáneo solo pueden agudizarse, resquebrajándose todavía más los cimientos, pese a su aparente poder.
KSR escribe sobre el futuro porque sabe a ciencia cierta que el futuro no está escrito. Asume su responsabilidad como escritor, y, al hacerlo, trasciende todos los relatos de la política progresista y social-liberal. KSR escribe sobre la revolución, una revolución necesaria, pero sobre todo, posible. Los revolucionarios de sus novelas no constituyen un partido, ni una vanguardia, ni siquiera forman parte de un sujeto revolucionario, pero tampoco son hombres y mujeres del futuro, en quien no podamos reconocernos. Se trata de ciencia ficción realista, consciente de la necesidad de conectarse al mundo presente para movilizar un deseo abrumado por el realismo capitalista.
En el futuro descrito por KSR, se han producido muchos de los cambios que hoy profetizamos, pero las herramientas, en manos de sus personajes, para resistir y abrir caminos, nos remiten a las viejas tradiciones: la militancia clandestina, la organización sindical, la violencia revolucionaria, el sindicalismo social, el ciberactivismo, la subversión de la política institucional… La clase trabajadora y la gente de abajo, en la historia, ha tenido que recurrir a la imaginación para canalizar su descontento. Por eso la revolución es un arte, dicen, moviliza la rabia, el hartazgo, pero también el impulso creativo y la esperanza en el ser humano, en sus capacidades.
Por eso las revoluciones de KSR, no acaban al final de la novela, porque como escritor, no tiene respuestas, afronta con lucidez y valentía las preguntas necesarias, algo que la izquierda ha olvidado hace tiempo. Las revoluciones se producen, son inevitables, son obstinadas, irredentas, intransigentes, y estos son los rasgos de muchos de sus personajes, que buscan, y encuentran, la manera de alcanzar objetivos sin renunciar a sus valores. Se adaptan, inventan, reconocen las posibilidades que la realidad les brinda sin amedrentarse ante las limitaciones.
KSR escribe un mundo que es nuestro mundo, sujeto a las mismas leyes, configurado por las mismas relaciones sociales, amenazado por los mismos peligros. Es un futuro posible, o muchos futuros posibles. Entre múltiples posibilidades, la revolución es una constante, como lo has sido a lo largo de la historia, revoluciones de muchas formas, de muchas caras, tantas como la imaginación y el deseo lo permitan. El presente está perdido, sólo nos queda el futuro. De nuestra imaginación, obstinada, depende que seamos capaces de reinventar una revolución, tan necesaria como posible.
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