René Maldonado | Ayer 15 de septiembre asistimos a la conmemoración de los 50 años del asesinato de Víctor Jara, cantautor, actor y director teatral chileno, asesinado el 16 de septiembre de 1973 por los militares y esbirros del golpismo chileno, este acto se desarrollo en el auditorio central de la UGT.
Víctor Jara nació en el seno de una humilde familia campesina en la ciudad de Chillan, caracterizada por un arraigado folklore. Su padre, Manuel Jara, se dedicaba a las tareas del campo, y su madre, Amanda Martínez, originaria del sur de Chile, además de dedicarse a las labores domésticas, tocaba la guitarra y cantaba. Víctor tenia cuatro hermanos: María, Georgina, Eduardo y Roberto.
Por causa de las necesidades familiares, Víctor se vio obligado desde niño a ayudar a la familia en los trabajos del campo. Influenciado por su madre, tomo también contacto a temprana edad con la música, además de asistir al colegio.
Al ser abandonados por el padre, la familia se trasladó a Santiago, a una cité en la población Los Nogales. A los 15 años quedó huérfano e ingresó en el Seminario Redentorista de San Bernardo. Allí permaneció dos años. En 1957 entró en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. En esa época conoció a Violeta Parra, que lo acogió como discípulo.
En 1960 recibió el título de director teatral y pasó a formar parte del directorio del Instituto del Teatro de dicha casa de estudios. Dirigió varias obras de teatro y obtuvo el Premio Laurel de Oro como mejor director del año. En 1967 fue invitado a Gran Bretaña, donde recibió otro premio por su dirección teatral. Estando allí compuso una de sus canciones más conocidas, Te recuerdo Amanda, dedicada a sus padres Amanda y Manuel.
En 1968 pasó a ser el director artístico del conjunto de música popular Quilapayun. En 1967 publicó su primer álbum musical, titulado Víctor Jara. Su segundo álbum, Pongo en tus manos abiertas (1969), coincidió con el respaldo que prestó a la candidatura de la Unidad Popular de Salvador Allende como militante de las Juventudes Comunistas. En 1970 publicó Canto libre, El derecho de vivir en paz y La población, creaciones de gran belleza y fuerza poética que lo convirtieron en uno de los máximos exponentes del resurgimiento y la innovación de la canción popular en Latinoamérica.
Sus canciones trataban sobre el pueblo y sus problemas, en la línea de los cantautores de la época; con todo, su éxito internacional las llevó más allá de su Chile natal para ser cantadas en cualquier manifestación progresista o concentración universitaria de otros tantos países, particularmente en la España de la transición.
Durante el período de gobierno de Allende fue nombrado embajador cultural del gobierno, en cuyo cargo desarrolló una amplia labor hasta la fecha de su muerte. Estaba casado con la bailarina inglesa Joan Turner, quien había sido su profesora de expresión corporal en la Universidad de Chile.
Fuertemente comprometido con su entorno político, su compromiso acabó costándole la vida. Tras el golpe de estado del general augusto pinochet, acaecido el 11 de septiembre de 1973, se encerró con otros universitarios en la Universidad Técnica del Estado, en Santiago, para mostrar su repudio y voluntad de resistir; sin embargo, el ejercito tomó pronto las instalaciones y llevó prisionero a Jara al Estadio Chile, donde fue brutalmente torturado y asesinado el 16 de septiembre.
Miguel Cabezas, en un artículo con pasajes inverosímiles donde alude a sus «manos mutiladas», escribió: «Llevaron a Víctor hasta la mesa y le ordenaron poner sus manos encima de ella. En las manos del oficial […] surgió veloz un hacha. De un solo golpe cercenó los dedos de la mano izquierda y, de otro golpe, los dedos de la mano derecha de Víctor. Los dedos cayeron al piso de madera, vibrando y moviéndose aún, mientras el cuerpo de Víctor se derrumbó pesadamente».
El falso mito de las manos amputadas de Víctor Jara

Su mujer Joan Jara, quien luego adoptaría el apellido de su esposo, detalló en diversos foros y entrevistas el estado en el que encontró el cadáver de Víctor: «Absolutamente desfigurado […], estaba lleno de sangre, lleno de hoyos de balas», declaró a la revista Triunfo. «Estaba en una posición muy distorsionada, las manos estaban como crispadas y su cabeza llena de sangre, machucada, tenía sus ropas, sus pantalones, sobre los pies, el cuerpo interior todo hecho pedazos con cuchillos…».
Sin embargo, el relato como «testigo» presencial de Miguel Cabezas caló en el imaginario popular.Esa crueldad encajaba en el terror impuesto por Augusto Pinochet, «el arquetipo del villano, un personaje detestado universalmente, cuyo régimen fue condenado cada año por las Naciones Unidas», en palabras de Mario Amorós autor del libro biografía “LA VIDA ES ETERNA” , quien considera que, más allá de los oficiales condenados por el asesinato, la Junta Militar tuvo que dar la orden de matarlo para silenciar una voz crítica. «Y lo hicieron tratando de dar un mensaje de brutalidad como pocas veces se ha dado en Chile: expresión de ello es la cantidad de balazos y la forma en que fue torturado», destacó el abogado de la familia, Nelson Caucoto.
La historia de Víctor Jara no es solo la de una de las personalidades chilenas más interesantes e influyentes del siglo XX, sino también el retrato de una época de profunda efervescencia política, social y artística, interrumpida de manera brutal por el golpe de Estado.
En la memoria quedan las canciones que hoy en día siguen tan vigentes en el ideario colectivo que hacen sentir y dar vida a Víctor Jara. Manifiesto, A desalambrar, El Derecho de Vivir en Paz, Plegaria a un Labrador por nombrar algunas.
“Yo no canto por cantar ni por tener buena voz, canto porque la guitarra tiene sentido y razón. Que no es guitarra de ricos ni cosa que se parezca, mi canto es de los andamios para alcanzar las estrellas, que el canto tiene sentido cuando palpita en las venas del que morirá cantando las verdades verdaderas no las lisonjas fugaces ni las famas extranjeras sino el canto de una lonja hasta el fondo de la tierra”