Ana Marcela Montanaro Mena|Una marcha multitudinaria tomó las calles de la capital el 23 de octubre pasado. Miles de estudiantes universitarios tomaron las calles de la capital, San José, con el propósito de defender el derecho a la educación superior pública. 

Ese mismo día, el gobierno se sentó con las dirigencias formales estudiantiles y administrativas de las universidades públicas y firmaron un acuerdo, el mismo es rechazado por una gran parte del movimiento estudiantil de base y autónomo.

También, se comunicó la renuncia de Rocío Aguilar, hoy exministra de Hacienda, quien fue la cara visible de las políticas de un ajuste fiscal regresivo que, ha golpeado a la gente ya de por sí empobrecida. 

La lucha por el aumento de salarios mínimos, podría generar una ruptura, esta última demanda podría convocar a quienes no se sienten identificadas en las luchas dispersas de un sindicalismo desgastado, añejo y casposo.

Costa Rica, el país centroamericano en el que más ha aumentado la desigualdad respecto a todos los demás de la región y donde vivir es caro, porque no hay salario mínimo que alcance para vivir con dignidad. El país, en donde parece que nunca pasa nada, también se mueven las aguas de las protestas, de la indignación y del hastío.

 El actual gobierno del Partido Acción Ciudadana, heredero del añejo bipartidismo, que baila al son de los mandatos de los grupos financieros y cámaras empresariales, es hoy la cara joven del grupo de políticos criollos y oligarquías internas que gobiernan el país.

Algunas dirigencias sindicales y estudiantiles asumen esta renuncia y el acuerdo suscrito con el gobierno como un logro del incipiente y aún débil, movimiento social. Evidentemente esto no es ninguna victoria. La salida de la ministra y el acuerdo firmado con las cúpulas universitarias, es una apuesta del sector rico y de los políticos progre neoliberales para frenar el descontento social.

Las cámaras empresariales, a pesar de que están divididas, tienen claro que hay que contener la olla de presión que puede calentarse más y explotar.  No vaya ser que Costa Rica el país de paz, de la pura vida y la felicidad eterna, se contagie de la ola de lucha e indignación que arde en toda América Latina.

Mientras tanto los sectores políticos y ricos criollos, tienen certeza que quienes pueden hacer explotar la olla de presión neoliberal, semejante a lo que está pasando en Chile, Ecuador, Haití y darle un giro al embate neoliberal son las voces y fuerzas del movimiento estudiantil. Lo tienen claro: es la gente joven creativa, con pedagogías diferentes, pero sobre todo valientes, quienes podrían dar una estocada. 

El movimiento estudiantil autónomo, ha sido violentamente reprimido, sin apoyo claro de otros sectores. Pero al parecer están reduciendo  la lucha a la defensa del derecho a la educación superior pública y al FEES, el fondo especial que financia las universidades públicas costarricenses.

Se manifiestan en defensa del derecho a la educación pública superior, pero en su mayoría, siguen viendo la hoja de un árbol; desde la corta distancia no ven el árbol completo, mucho menos están viendo el bosque y no miran más allá de las montañas que cercan el Valle Central. 

Por ello la lucha debe ampliarse a poner la vida en el centro y defender los derechos sociales, para los y las de abajo, olvidados en la fragmentación de demandas y discursos. Corresponde romper con la lógica de la política criolla….Y del “no se puede”.

Un movimiento estudiantil, que resurge, y que tiene la fuerza para unir más sectores. Entre ellos valorar una muy concreta:  la demanda por el aumento de salarios mínimos para todas las personas trabajadoras del sector privado. Porque la lucha debe ser también por salarios que permitan una vida digna. 

El problema no sólo es el presupuesto de las universidades. Corresponde enfrentar el problema que está en la precariedad de todos los trabajos, la precarización de la vida de muchas personas, que se traduce en la dificultad para que la mayoría de madres y padres puedan brindar condiciones dignas y alimentación a su familia y para que sus hijas/os asistan a la escuela primaria, a la secundaria y que algunas/os puedan decidir llegar a la universidad pública, es la lucha por los y  las trabajadoras, la de la gente que cada día es golpeada por el neoliberalismo, la violencia, el ajuste fiscal y  la corrupción. 

La tormenta neoliberal, que se traduce en pobreza, en la represión de la protesta y el cercenamiento del derecho a la huelga. Por ello la pelea es contra la precarización del agro, las costas empobrecidas y saqueadas por el turismo que arrasa el agua, los bosques, contra las plantaciones de piña que envenenan ríos y suelos. Contra el racismo interno, la violencia histórica contra pueblos indígenas, la xenofobia contra las personas migrantes y los intentos certeros de la explotación petrolera.  

La lucha no es sólo contra el presidente Carlos Alvarado, los rectores universitarios Alberto Salom o Henning Jensen o contra el Partido Acción Ciudadana, y sus aliados. Corresponde luchar por vidas que merezcan la pena ser vividas. 

La lucha es contra un modelo que atenta contra la vida misma y contra un proyecto de despojo impuesto hace ya más de cuarenta años por los organismos internacionales, el gran capital transnacional y la clase política criolla. Es contra el embate del sistema, sus políticas neoliberales, enmarcadas en el capitalismo, el neocolonialismo y el patriarcado.

El movimiento estudiantil nos señala que hay fuerza y esperanza. En este momento puede darse un giro y un golpe, hay posibilidades de transformación y resistencias. Es el tiempo para expandir la lucha y crear poder popular, por ello pensar en la lucha por aumentar los salarios mínimos podría crear una grieta para hacer de ella un volcán.

Puede la muchachada valiente, inteligente y digna aglutinar muchas voces, no solo académicas; sino las voces de los hermanos indígenas, personas migrantes, las mujeres del agro, las personas trabajadoras del sector privado precarizadas, las trabajadoras del sector público que dejen consignas gremiales, las voces ambientalistas y feministas no aliadas al poder, sumarse e ir con el movimiento estudiantil como protagonista.

Un movimiento que conciba otras demandas, necesidades y derechos, desde esa multiplicidad de voces, cuerpos e historias vitales, golpeadas por la exclusión social.

Son las personas jóvenes quienes poseen la creatividad y quienes tienen la posibilidad de protagonizar la lucha y extenderla a otros sectores de la población, tienen la fuerza, la entereza y la coherencia que tiene todos los colores de la juventud.  No hay que dejarlas en soledad, es un deber ético y político sumarse a la calle con ellas.

Que nos mueva la alegre rebeldía. Que vivan los pueblos que luchan por su dignidad. Sí se puede construir un nuevo futuro para los y las de abajo. 

Fuerza, ilusión e imaginación.

Ana Marcela Montanaro Mena es jurista y feminista, integrante del Observatorio Ético Internacional

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